lunes, 6 de junio de 2011

Anarquismo – nudismo, naturismo x Carlos Ortega

foto:Presos anarquistas en la cárcel modelo de Barcelona

La relación entre el anarquismo y las corrientes naturistas siempre ha estado presente a lo largo del tiempo. Esta relación fue bastante importante a finales de la década de los años veinte del siglo pasado. Este papel de unión sin duda correspondió al grupo «sol y vida» que tenía como finalidad el excursionismo. Las actividades de dicho grupo se realizaban a través del ateneo naturalista Ecléctico sito en Barcelona y su órgano de expresión era la revista Ética a la que sustituyen en 1929 por Iniciales, cuya existencia ha de prolongarse hasta la Guerra Civil. Cabe advertir que la propaganda del naturismo se adecuaba perfectamente a los deseos de ruptura que alentaban los jóvenes libertarios, respecto a las pautas de comportamiento burguesas. Así lo hace explicar un joven obrero en una carta a la revista Iniciales bajo el curioso pseudónimo de «silvestre del campo»: Encuentro un gran placer estando desnudo en pleno bosque, bañado en luz y aire, dos elementos naturales e indispensables. Sólo con verme despojado de mi modesta indumentaria de explotado, paréceme que ha desaparecido para mí todas las leyes fabricadas para amargarnos la existencia y no quedan otras que las que encarna la naturaleza.

La ropa representa la esclavitud en unos y tiranía en otros; sólo el desnudo representa al hombre anárquico rebelde a todas las normas, desligado a los prejuicios de atavío de la sociedad del dinero. Esta relación se traduce en julio de 1928 en la constitución de la Federación Naturista, y en septiembre de 1929 en la celebración del IV Congreso Naturalista Español, apoyados ambos por el movimiento libertario.

No obstante, a medio plazo las corrientes naturistas y libertarias se irían diferenciando en sus conceptos de vida cotidiana, que cuadraban más al individualismo libertario (encarnado a la sazón por teóricos franceses como Henri Ner) que los propósitos de gestación revolucionaria que en aquellos tiempos había en organizaciones anarquistas como la F.A.I. (Federación Anarquista Ibérica) que a lo largo de la República se materializa en un cierto distanciamiento entre ambas orientaciones; lo que no excluye que el naturalismo, lo mismo que las corrientes de reforma sexual penetre a lo largo del tiempo en los medios libertarios con mayor intensidad que en otros movimientos obreros. Con la caída de la República y la llegada de la dictadura del General Franco, todo esto desaparece.

martes, 18 de enero de 2011

El individualismo anarquista x Emile Armand


Como es sabido, se llama anarquía a una concepción de la vida individual o colectiva en la que el Estado no existe, ni el gobierno ni, en una palabra, la autoridad. Los individualistas anarquistas son anarquistas que consideran la concepción anarquista de la vida bajo el punto de vista individual, es decir, basando toda realización anarquista en el "hecho individual", considerando a la unidad humana anarquista como la célula, el punto de partida, el núcleo de toda agrupación, medio o asociación anarquista.

Hay diferentes concepciones del individualismo anarquista, pero, al contrario de lo que corrientemente se piensa, ninguna se opone a la noción de "asociacionismo". Todas están de acuerdo, no en oponer el individuo a la asociación -lo que sería un contrasentido, ya que ello limitaría la potencia y las facultades del individuo-, sino en negar y rechazar la autoridad, luchar contra el ejercicio de la autoridad y resistir a todas sus formas.

Es necesario definir claramente lo que hay que entender por ejercicio de la autoridad, que es la forma concreta de la autoridad, el aspecto bajo el que se manifiesta la autoridad en cada uno de nosotros individualmente o asociados.
Existe "ejercicio de la autoridad" cuando un individuo, un grupo de hombres, un Estado, un gobierno, una administración cualquiera o sus representantes se sirven del poder que detentan para obligar a una unidad o colectividad humanas a realizar ciertos actos o gestos que les disgustan o que son contrarios a sus opiniones, o que incluso realizarían de otro modo si tuvieran la facultad de obrar según su propio criterio.

Existe ejercicio de autoridad cuando un individuo, grupo humano, Estado, gobierno o administración (o sus representantes) emplean el poder que detentan para prohibir a una unidad o colectividad humana actuar a su antojo, para imponerle restricciones, incluso cuando ese individuo o colectividad obren por su cuenta y riesgo, sin imponer sus deseos a nadie que esté al margen de ellos.

Una vez definida la situación respecto de la autoridad, los anarquistas individualistas pretenden resolver todas las cuestiones prácticas que surgen de la vida misma tratando de que se adopten soluciones según las que jamás la unidad humana se halle, obligatoriamente y contra ella, desposeída y sacrificada en provecho del conjunto social. El anarquismo individualista no es en manera alguna sinónimo de aislamiento, porque los anarquistas individualistas ni quieren el aislamiento, ni quieren la asociación forzosa.

Los individualistas anarquistas no se desarrollarán a sus anchas más que en un ambiente o ante una humanidad que considere la autonomía, la integridad, la inviolabilidad de la persona humana -de la unidad social, del individuo, hombre o mujer- como la base, la razón de ser y el fin de las relaciones entre los hombres, sin distinción de razas ni de nacionalidades.

Los individualistas reivindican para el individuo -hombre o mujer- a partir del momento en que puede determinar sus actos por sí mismo y sin ninguna restricción, el derecho de existir, de desarrollarse y de expresarse a su manera, ya sea por su temperamento, sus reflexiones, sus aspiraciones, su voluntad, su determinismo personal, y sin tener que dar cuenta de sus actos más que a sí mismo, a la vez que la absoluta y entera facultad de expresión, de profesión, de difusión, de publicación del pensamiento -escrito o hablado- en público o en privado, así como la facultad completa de ensayo, de realización, de aplicación, en todos los terrenos, métodos, sistemas, modos de vida individual o colectiva, etc., a los que pueda dar lugar la materialización del pensamiento, la concreción de la opinión.

Todo esto, desde luego, con reciprocidad respecto del semejante, aislado o asociado, es lo que designan los anarquistas individualistas como expresión de libertad recíproca.

Si los individualistas anarquistas reivindican la plena y entera facultad para toda unidad humana de vivir aisladamente, al margen, fuera de toda agrupación, asociación o medio, con la misma energía reivindican la facultad de asociación voluntaria en todos los ámbitos en que pueda ejercerse e irradiar la actividad humana, sean cuales fueren las experiencias y los objetivos perseguidos; la plena y entera facultad de federarse para los individuos aislados, los convenios entre efectivos reducidos o las asociaciones, sea cual fuere su importancia.

Los individualistas anarquistas reivindican la facultad de aceptar toda clase de solidaridad, de hacer contratos en no importa cuál sea la rama de la actividad humana, su objetivo o su duración.

Se ve inmediatamente el abismo que separa la sociedad arquista -gubernamental, estatista y autoritaria- de la sociedad, de la asociación anarquista, antiautoritaria. La sociedad arquista obliga al hombre a integrarse en su seno, forzándole a soportar sus leyes, costumbres y usos, tradiciones que no permite sean discutidas o rechazadas. Los convenios, los estatutos, las directivas de la asociación individualista anarquista son voluntarios. El individuo es libre de integrarse o de permanecer al margen. Evidentemente, el aislado no puede participar de los beneficios de la asociación; pero bajo ningún concepto existirá ninguna autoridad, gobierno o Estado anarquista que obligue a nadie a ser miembro de una asociación dada.

Los anarquistas individualistas pasan por no ser revolucionarios. Es necesario aclarar esta aseveración: para que el individualismo anarquista se realice es indispensable que la mentalidad general y las costumbres estén a un nivel tal que impliquen o garanticen la impotencia o imposibilidad para toda individualidad, medio, administración, gobierno o Estado -sin reservas ni artificios-, para inmiscuirse, intervenir, usurpar la vida o las relaciones de las unidades humanas, entre ellas, el objetivo, la existencia, la evolución o el funcionamiento de los grupos, asociaciones de individualidades, federaciones de grupos o asociaciones. La realización de las reinvindicaciones anarquistas es, pues, función de la transformación, de la evolución del medio humano en general en el sentido anarquista. Por eso es por lo que la propaganda individualista anarquista es más bien educativa y se sirve ante todo del ejemplo, interesándose antes que nada por formar individuos conscientes, realizadores aislados y asociados de las tesis individualistas anarquistas. Estos opinan que hay que partir de la unidad anarquista si se quiere determinar el ambiente en tal sentido. Es la unidad anarquista la que está llamada a representar, según ellos, el fermento determinante del ambiente.
Los individualistas anarquistas preconizan, en general, una forma de agitación que concuerda con todo lo que hemos expuesto y que llama preferentemente a la reflexión individual más que al adoctrinamiento irracional, y a la convicción profunda más que a la brutalidad. Los actos siguientes y de rebeldía son esencialmente anarquistas individualistas: huelgas de funciones atribuidas por la ley a los ciudadanos, negativa de participación en todo servicio público, abstención del pago de impuestos, rechazo a llevar armas y al servicio militar, abstención de concurrir a los actos civiles del Estado, evitar el envío de los hijos a las escuelas del Estado o de la Iglesia, y negarse a realizar cualquiera de las actividades relativas a la fabricación de aparatos de guerra o de objetos de culto oficial, a la construcción de bancos, iglesias, cárceles, cuarteles, etc. "Podemos hacernos una idea de la importancia capital que tiene para la propaganda cualquiera de estos hechos, sobre todo si, fuera de los muros carcelarios, que no podrán evitar los resistentes, hay multitud de militantes bien organizados" (Benjamin Tucker). Es lo que se llama la resistencia pasiva. Pero los anarquistas individualistas son partidarios de la legítima defensa y no hacen de la resistencia pasiva un dogma intangible. No prescriben el uso de la violencia sin discernimiento, como una panacea o como un remedio, como algo absolutamente necesario. No obstante, hasta los más pacifistas de los individualistas anarquistas han reconocido que "si la efusión de sangre pudiese garantizar la libertad de actuación, sería necesario emplearla" (Tucker).
En resumen, para los individualistas anarquistas el empleo de la violencia revolucionaria es cuestión de táctica y no de doctrina. Opinan que la educación y el ejemplo conducirán más eficazmente a la humanidad hacia la liberación que la violencia revolucionaria.

Es frecuente atribuir a los individualistas anarquistas un supuesto respeto a la propiedad individual. En verdad, los anarquistas individualistas reivindican la libertad de disponer del producto obtenido por el trabajo directo del productor, producto que puede ser un trozo de hierro o una porción de terreno; producto que en ningún caso es el resultado de la explotación ajena, del parasitismo o del monopolio. La plena y entera disposición del trabajo y de sus productos (es decir, la plena y entera facultad de trocar dicho producto, de cambiarlo, de alienarlo e incluso de legarlo) va acompañada de la plena facultad de posesión del medio de producción que se hace valer ya sea individualmente o por asociación. Es comprensible que existan ciertas producciones que no pueden obtenerse sin una asociación sólidamente organizada. Lo esencial que hemos de tener presente es que gracias a la posesión personal de la herramienta o de la máquina o procedimiento de producción, la unidad productora, en caso de ruptura de contrato de asociación, no se halle jamás desprovista, entregada a la arbitrariedad o sometida a las condiciones de un medio social al que le repugnase pertenecer.

Los medios o métodos de realización de estas reivindicaciones difieren según las escuelas o las tendencias. Ciertos individualistas prefieren la idea de la moneda libre, es decir, de un valor de cambio emitido por el productor o la asociación de productores, que tenga curso solamente entre los que la adopten como medio de transacción. Otros no quieren oír hablar, bajo ningún concepto, de valores de cambio. Se puede ser individualista anarquista y participar, en la asociación a la que se pertenece, del comunismo libertario. A partir del momento en que una asociación se compone voluntariamente y funciona sin tener ninguna intención de imponer su funcionamiento o su organización a las demás asociaciones o individualidades aisladas, puede ser considerada como un aspecto del individualismo anarquista. No es individualista anarquista toda unidad o asociación que quiere imponer a un individuo o a una colectividad humana una concepción unilateral de la vida económica, intelectual, ética y otras: esta es la piedra de toque del individualismo anarquista.

En resumidas cuentas, el anarquismo individualista presenta:

a) Un ideal humano: el anarquista, la unidad humana que niega la autoridad y la explotación que es su corolario económico, el ser humano cuya vida consiste en una reacción continua contra un medio que no puede ni quiere comprenderle ni aprobarle, puesto que los integrantes de ese medio son esclavos de la ignorancia, de la apatía, de las tareas ancestrales y del respeto por las cosas establecidas.

b) Un ideal moral: el individuo consciente, en vías de emancipación, que tiende hacia la realización de un nuevo prototipo humano: el hombre sin dios ni dueño, sin fe ni ley, que no siente ninguna necesidad de reglamentos o de coacción exterior, puesto que posee bastante potencia de volición para determinar sus necesidades personales, para servirse de sus pasiones con el fin de desarrollarse más ampliamente, para multiplicar las experiencias de su vida y guardar su equilibrio individual.

c) Un ideal social: el ambiente anarquista, una sociedad en la que los hombres -aislados o asociados- determinarían su vida individual bajo los aspectos intelectuales, éticos, económicos, por un libre acuerdo consentido y aplicado, basado en la "reciprocidad", que tiene en cuenta la libertad de todos sin ponerle trabas a la libertad de nadie.
Es así como, mediante el libre acuerdo de la camaradería, sin esperar "la nueva humanidad", los individualistas, desde ahora, quieren realizar entre ellos su propio ideal.

(*de la Enciclopedia Anarquista de Sebastian Faure)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El falso principio de nuestra educación x Max Stirner


Introducción biográfica
MAX STIRNER, (1806-1856)


Se llamaba Johann Kaspar Schmidt, y no Max Stirner, apodo por el que es deficientemente recordado en la historia de la filosofía, y conmemorado, por el contrario, entre los que han tomado partido por las ideas anarquistas. Sin duda, Stirner ha sido el más curioso de todos los teóricos asociados a las ideas libertarias, idea a la que no se le han mezquinado precisamente personalidades extravagantes o tremebundas. Toda su vida se resume en desorden, inconstancia y mala suerte a la vez que queda condensada en el título de su solitario libro El Unico y su propiedad. Esa obra, que gozó de un momento de fosforescencia fugaz en 1844, habría restado en el lóbrego adormecimiento de las bibliotecas públicas de no ser porque John Henry Mackay, un poeta individualista la expuso nuevamente a la luz medio siglo después de ser publicada, así como también recopiló algunos fragmentos de la biografía del autor.

Max Stirner nació en 1806, y fue sucesivamente huérfano por parte de padre, desapercibido estudiante de filosofía, escultor de una módica existencia bohemia salpicada de bravatas extremistas, obligado cuidador de una madre asolada por la demencia, profesor de un colegio de señoritas, autor de un único libro, microempresario fracasado, y al fin un sobreviviente que obtenía un escaso sustento de la gestión de asuntos por cuenta de terceros, que fue encarcelado brevemente a causa de deudas acumuladas, y que acabó oscuramente, sin llegar a viejo, tuberculoso y en la miseria, y eso en 1856. Son los datos de una vida triste y patética. La única claridad en esta penumbra la abrió la publicación de su enorme libro de cuatrocientas páginas, que burló, con ciertas dificultades, la censura, pero que también le restó el sustento, pues lo echaron de la escuela donde era profesor. Luego, el olvido.

El período en que Stirner redactó su libro -en definitiva, el escaso tiempo en que escribió y pensó- transcurrió en una taberna. Más precisamente, en una bodega que era propiedad del señor Hippel y cuyo nombre quedaría en la historia asociado a sus frecuentes clientes, un grupo de jóvenes filósofos radicalizados que se llamaban a sí mismos "Los Libres" y que gustaban de enzarzarse continuamente en interminables debates. Sus nombres: Bauer, Ruge, Marx, Engels y el propio Stirner. Friedrich Engels parece haber sido el autor del sobrenombre de Stirner ("frontudo", hombre con frente prominente). Entre ellos, había una mujer (en aquel entonces se la hubiera llamado una "emancipada") quien sería momentáneamente esposa de Stirner. Eran bohemios, disponían de tiempo, alardeaban de su extremismo verbal y estaban hartos de la influencia que el fantasma de Hegel ejercía sobre sus pares filósofos y sobre ellos mismos. Más que ninguno de ellos, sería Stirner quien rompería de modo radical con el espectro hegeliano. Poco tiempo después, el grupo se dispersaría, en buena medida por causa del agravamiento de las condiciones políticas en Alemania. Todo este tiempo de creatividad del hegelianismo de izquierda duró lo que un fósforo prendido.

La filosofía de Stirner, desarrollada ardorosa y largamente en El Unico y su propiedad, consiste en una defensa cerrada de la personalidad humana enfrentada a la sociedad y el Estado. La máxima de Stirner se resume en la idea de que la misión de una persona consiste en llegar a ser ella misma, en reconocer lo que le es propio, asumir que nada hay por encima de esa "propiedad" y de que lo que no constituye "lo propio de sí mismo" debe ser puesto en condición de tensión para hacer evidente lo que es afín a la autonomía personal y lo que le es perjudicial y peligroso. La única propiedad verdadera de una persona es, entonces, ella misma, pero paradójicamente para serlo auténticamente es preciso proceder a su apoderamiento. Sólo desde ese centro de gravedad es posible vincularse libremente con la "sociedad". Stirner llega fácilmente a la conclusión de que el Estado es necesariamente rival del individuo, de que la institución jerárquica, por su propia esencia, es antiindividualista, contraria a la voluntad personal. La piedra de toque de la autonomía reside en la personalidad, en el carácter, esa sustancia que podemos moldear y construir como un proyecto, a la manera en que una persona procede a la educación de sí misma. Y con esa autoeducación el "Unico" descubre el enorme poder que está en germen en cada persona singular. Este es el principio irrevocable sobre el que construye su fortaleza argumental. El libro no es otra cosa que un "canto" a la libertad individual, escrita bajo la forma de tratado de filosofía, cuya radicalidad es inédita pero cuyo campo de tensiones ideológicas es propio de aquella época. El imperativo categórico individualista estaba en el "aire de los tiempos", y Stirner lo captó intuitivamente mucho antes que otros. Sus ideas pueden ser entendidas, además, como antecedentes habitualmente no reconocidas de las de Friedrich Nietzsche y del existencialismo posterior. En suma, Stirner fue el metafísico del anarquismo, quien descubrió algo evidente pero muy difícil de asumir sin sacar las conclusiones ontológicas y políticas que ello supone: que toda persona, en última instancia, es única.

El resto de la obra de Stirner son migajas. No escribió casi nada más, si se exceptúa un libro ocasional destinado a ganar algún dinero y unos pocos ensayos. Uno de ellos es "El falso principio de nuestra educación", escrito a pedido de Marx y publicado en el Rheinische Zeitung, casi en mitad del siglo XIX. La especificación de fecha no es caprichosa, pues en aquel entonces promediaba el cuarto creciente de la época de la escolarización masiva, una de las consignas fundamentales del proyecto de la ilustración. La saga de la escuela pública fue promovida como combate a muerte contra el "flagelo del analfabetismo". Pero Stirner no creía que alfabetización equivaliera a educación de hombres libres. Hasta entonces la educación había consistido en la formación estamental del "gusto" y de las maneras cortesanas, o bien en la especialización de unos pocos en oficios específicos. O bien modo de adquirir habilidades intelectuales aptas para gestionar las relaciones entre grandes señores o de adquirir maestría en un arte a partir del saber de un hombre ya experto en la materia. La ilustración, por el contrario, pensó a la educación como medio para formar ciudadanos libres, emancipados de la tutela religiosa y de las presiones autocráticas. Pero la igualdad entre seres emancipados del "ancien regime" no es el proyecto de Stirner. Es la "igualdad, no con los demás, sino consigo mismo" lo que le concernía como filósofo, y eso estaba fuera de cuestión entre los pedagogos del siglo XIX, pues la idea de unicidad ni siquiera era presentida. "Las libertades del querer", vía regia de la modelación del sí mismo, trascendían las filosofías de la conciencia. Para las dos escuelas pedagógicas que Stirner critica, la humanista y la realista, la una preocupada por la formación clásica y la otra por dotar a los ciudadanos de saberes cívicos y de saberes aptos para "ganarse la vida", la educación no es otra cosa que acumulación de conocimientos, y en verdad, aunque aparentan ser posiciones enfrentadas, no dejan de ser equivalentes. En cambio, Stirner percibe a la educación como nutrición del espíritu, como un modo de personalización del saber, como medio para la formación del carácter. Cuando el saber es pensando como materia prima a ser transmutada en voluntad, entendemos que la esencia del conocimiento consiste en favorecer las metamorfosis del Ser. Para Stirner, el ser humano es una crisálida perpetua.

Hoy sabemos que el proyecto del humanismo está en ruinas, y que su grandeza, pero también su debilidad, consistió en un inmenso esfuerzo por trasformar la parte de "animalitas" de los seres humanos en un apéndice de la razón. En una época anterior, las prácticas ascéticas cristianas intentaban, con otros instrumentos pedagógicos y un centro de gravedad distinto, lograr lo mismo. De ahora en adelante, la pedagogía debe pensarse a partir de su fracaso anterior. Stirner fue uno de los primeros en asumir que la sustancia a ser objeto de un pensamiento pedagógico era la existencia misma, la vida, y que para ello no se necesita solamente libertad de pensamiento, sino libertad de personalidad. Nos encontramos ahora con la misma disyuntiva que Max Stirner enfrentó: creación o domesticación. Si se elige la primera opción, el conocimiento es solamente -y nada menos- un instrumento para abrirse paso hacia el misterio de uno mismo.

Christian Ferrer

El falso principio de nuestra educación por Max Stirner


Nuestra época pugna por encontrar la palabra que defina a su Espíritu; se suceden los nombres que pretenden ser el verdadero verbo. Por doquier reina en nuestro tiempo el más alegre desconcierto entre los diferentes partidos. Los aguiluchos del presente se agolpan en torno a la herencia descompuesta del pasado. Los cadáveres políticos, sociales, religiosos, artísticos y morales se amontonan ya por todas partes. Y si nadie los elimina de una vez para siempre seguirán infestando el aire y sofocando el aliento de los vivientes.

La época no hallará su justa palabra sin nuestro empeño, y todos debemos participar en ello. Pero, si tanto nos concierne, debemos preguntarnos, y con razón, qué se ha hecho y se piensa hacer de nosotros; debemos preguntarnos por esa educación con la que se nos pretende hacer capaces de crear aquella palabra. ¿Se educan a propósito nuestras disposiciones para que seamos creadores, o se nos trata puramente como criaturas cuya naturaleza no admite más que la doma? Es una cuestión tan crucial como sólo puedan serlo cualquiera de las cuestiones sociales y, más aún, es la más vital de todas ellas por cuanto las cuestiones sociales se asientan sobre aquella premisa. Sed algo más capaces y vuestras obras serán también más capaces; sed “cada uno de vosotros más pleno en sí mismo” y vuestra sociedad, vuestra vida comunitaria, será también más plena. De ahí que, por encima de todas las cosas, nos preocupe aquello que se hace de nosotros en la época de nuestra educación. De ahí que el problema de la educación sea una cuestión vital. Es algo que en nuestros días salta suficientemente a la vista, tanto más cuanto que desde hace años ese tema se debate con un ardor y una franqueza que sobrepasan con mucho -si más no, porque no se las tiene que ver con los obstáculos de un poder arbitrario- el de las controversias políticas. Un honorable veterano que, como el difunto profesor Krug, supo conservar su vigor y su ambición hasta una avanzada edad, el profesor Theodor Heinsius, ha tratado recientemente de avivar una vez más el interés por esta cuestión con un pequeño libelo. Lo titula “Concordato entre la escuela y la vida o la mediación entre el Humanismo y el Realismo, considerado desde un punto de vista nacional. Berlín 1842”. Dos son los partidos que pugnan por la victoria, recomendándonos cada uno de sus respectivos principios educativos como el mejor y más adaptado a nuestras necesidades: los Humanistas y los Realistas. Sin que pretenda desavenirse con unos o con otros, Heinsius discurre tan suave como conciliadoramente, creyendo mostrar lo justo de ambos principios y cometiendo, en realidad, la mayor injusticia al problema mismo al tratarlo con tal cortante perentoriedad. Ese escarnio contra el espíritu de la cuestión sigue siendo la irremediable herencia de todos los mediadores pusilánimes. Los “concordatos” no son más que recursos equívocos:

¡O el pro o el contra! ¡Franco como un hombre! Y sobre el estandarte: ¡Ser esclavo o ser libre! También los dioses descendieron del Olimpo, para luchar desde los bastiones de su partido.
Antes de llegar a sus propias propuestas, Heinsius expone una visión sucinta del desarrollo histórico desde la Reforma. El período comprendido entre la Reforma y la Revolución -lo que sin más fundamentos deseo suscribir, pues pienso desarrollarlo más detalladamente en otro lugar- se caracteriza por la relación entre quienes detentan la mayoría de edad y los que no la tienen, entre los dominantes y los servidores, entre los poderosos y los dominados y es, en suma, una época de servidumbre. Dejando al margen otras razones que pudieran justificar una superioridad, erigió la educación como la potestad de quien detentaba el poder sobre los débiles y desposeídos, convirtiéndose el sabio, fuera grande o mediocre, en el poderoso, fuerte e impositor: en una autoridad. No todos podían estar llamados a este poder y esta autoridad, y por ello tampoco la educación estaba destinada a todos, pues una educación general se contrapone a aquel principio. La educación proporciona la superioridad y convierte en señor: por eso en aquella época de señoría constituía un instrumento para el desempeño del poder. Tan sólo la revolución fue capaz de echar a pique la economía de señores y siervos, instaurando el principio vital: ¡Que cada cual sea su propio señor! A ello iba ligada la necesaria consecuencia de que la educación, la cual, ciertamente, proporciona el señorío, se convirtiera a partir de entonces en una educación universal, planteándose así la tarea de buscar una educación verdaderamente universal. La aspiración a esa formación universal que fuera accesible para todos tuvo que desembocar en una lucha contra la educación exclusivista tan tenaz- mente mantenida y, en este sentido, la Revolución también tuvo que desenfundar sus armas contra la aristocracia de la época de la Reforma.
La idea de una educación universal chocó con el principio de la formación exclusivista, desencadenándose una guerra y unas luchas que se han venido sucediendo, a lo largo de diferentes etapas y bajo las más diversas banderas, hasta nuestros días. Heinsius ha designado los campos litigiosos de este combate con los nombres de Realismo y Humanismo, nombres que conservaremos como los más idóneos por poco acertados que sean.
Hasta el siglo XVIII, en que la Ilustración comenzó a difundir sus luces, la llamada educación superior se encontraba, sin el menor veto, en manos de los humanistas y se basaba exclusivamente en la interpretación de los clásicos de la Antigüedad. Junto a ella existía otra educación que, aún apoyándose en el modelo de la Antigüedad, se basaba fundamentalmente en el estudio minucioso de la Biblia. Que en ambos casos se eligiera la mejor formación del mundo antiguo como única materia de enseñanza muestra cuán poco valor con cedía a la vida y cuán lejos nos hallábamos de crear las formas de la belleza a partir de nuestra propia originalidad y el contenido de la verdad a partir de nuestra propia razón. Forma y materia era algo que debíamos aprender, y no éramos por consiguiente, más que aprendices. Y así como el mundo antiguo señoreaba sobre nosotros a través de los clásicos y de la Biblia -lo que puede verificarse históricamente-, así también el señorío o la servidumbre se convirtieron en la esencia de toda nuestra actividad. Esas características propias de la época nos explican así por qué se aspiraba tan ingenuamente a la “educación superior” y se ponía tanto empeño en distinguirse mediante ella del pueblo común. Aquel que tenía formación se convertía por eso mismo en señor del inculto. Y una educación popular se consideraba impropia pues el pueblo debía permanecer, frente al señor culto, en la casta de los laicos, admirando y venerando el señorío ajeno. Fue así como el saber evolucionó, sobre la base del latín y el griego, al romanismo. Sin embargo, no pudo evitarse que esta educación cayese con el tiempo en lo puramente formal, ya fuera porque únicamente era capaz de conservar las puras formas, el simple esqueleto del arte y la literatura de una Antigüedad muerta y enterrada desde tiempos remotos, 0, sobre todo, porque el dominio sobre los demás hombres no podía conseguirse ni mantenerse más que a través de lo formal: sólo se requiere un cierto grado de habilidad espiritual para desempeñar la hegemonía sobre los inhábiles. La llamada educación superior era, por ese mismo motivo, una formación elegante, una sensus omnis elegantiae, una formación del gusto y del sentido de las formas que, a fortiriori, amenazaba con convertirse en una simple educación gramatical -la cual llegó a perfumar hasta tal punto la lengua alemana con las esencias del latium que incluso en nuestros días podemos admirar las más exquisitas construcciones sintácticas latinas en obras como la reciente “Historia del Estado pruso-brandenburgués. Un libro para todos”, de Zimmermann.
Fue a partir de la Ilustración cuando el espíritu de la oposición se alzó contra ese formalismo. Y fue entonces cuando la reivindicación de una formación humana accesible a todos se añadió al reconocimiento de los derechos inalienables y generales del hombre. La educación de los Humanistas mostraba claramente la ausencia de una formación real capaz de llegar a la propia vida, planteando así la necesidad de una educación práctica. Si se llegaba a introducir las materias de la vida en la escuela y ofrecer a través de ella algo que todos pudieran utilizar, si se conseguía atraer a todos a esta preparación para la vida y destinar la escuela a ella, también se volverían superfluos los señores sabios y su saber exclusivo, y el pueblo pondría fin a su condición de laico. Acabar con la casta de sacerdotes del saber y la del pueblo laico es el objetivo al que aspira el Realismo y la razón por la que éste deja a sus espaldas al Humanismo. La apropiación de las formas clásicas de la Antigüedacl comenzó a dejarse de lado y, con ello, el señorío de la autoridad perdió su nimbo. La época se insurgió contra el tradicional respeto por la sabiduría, como se rebeló contra todo tipo de veneración. El privilegio, fundamental de los sabios, la formación general se convirtió en un beneficio de todos. Y sin embargo, se preguntaban: ¿qué otra cosa es la formación general sino la facultad, por decirlo trivialmente, de “hablar sobre todas las cosas” o, por expresarlo más seriamente, de señorear sobre todas las materias? Se constató que la escuela no sólo estaba rezagada respecto de la vida por sustraerse al pueblo, sino también por haber omitido una formación universal en beneficio de la educación exclusiva, dejándose de fomentar en las escuelas el aprendizaje de toda una serie de materias que la vida misma nos imponía. Y en realidad, se pensaba, la escuela debe establecer las directrices de nuestra conciliación con todo lo que la vida nos depara, procurando que ninguno de los objetos con los que tengamos que encontrarnos en el futuro resulten completamente extraños y ajenos al ámbito de nuestro dominio. Por eso se trató con la mayor urgencia de llegar a una familiarización con las cosas y contextos del presente, adaptándose una pedagogía susceptible de aplicarse a todos, pues tenía que satisfacer la necesidad común a todos de reconocerse en el mundo y en la época. Y fue así cómo los fundamentos de los derechos humanos adquirieron vida y realidad en el campo de la pedagogía: la igualdad, en la medida en que aquella formación comprendía a todos, y la libertad, toda vez que el aprendizaje de materias útiles llevaba a la independencia y la autonomía.
Comprender lo pretérito, como enseña el Humanismo, y aprehender lo presente, como aspira el Realismo, no conduce conjuntamente sino al poder sobre lo temporal. Pero eterno, sólo lo es el Espíritu que se comprende a sí mismo. Por esa razón, la igualdad y la libertad no adquieren en aquellos más que una existencia subordinada. Por supuesto que sería posible la igualdad respecto del otro y la emancipación de su autoridad. Pero de la igualdad consigo mismo, de la igualación y conciliación de nuestro hombre temporal y eterno, de la elevación de nuestra naturalidad y espiritualidad, en suma, de la unidad y omnipotencia de nuestro Yo que se basta a sí mismo en la medida en que nada extraño deja fuera de sí, de todo eso apenas puede percibirse la menor alusión en aquel principio. Y si la libertad aparece en él, ciertamente, como la independencia frente a la autoridad, seguía vacía en cuanto a su autodeterminación y no suscitaba los actos de un hombre libre en sí ni la autorrevelación de un Espíritu irreverente rescatado de las fluctuaciones de la reflexión. El hombre formalmente cultivado ya no sobresaldría por encima de la superficie llana de la formación general como un ser “elevadamente civilizado” y un hombre “unilateralmente cultivado” (el cual, por supuesto, obtenía en calidad de tal, una incontestable dignidad, puesto que toda formación está destinada a florecer en las más diversas unilateralidades de la formación especializada); el que había sido formado de acuerdo con el principio del Realismo tampoco sobrepasaba la igual- dad respecto de otros y la libertad respecto de otros, no había superado, en fin al llamado “hombre práctico”. Es cierto que la vacua elegancia del humanista, del dandy, no podía evitar su fracaso; sólo el vencedor podía sacarle brillo al verdete de la materialidad, sin ser por ello más elevado que un insípido industrial. El dandismo y el industrialismo pugnan, en consecuencia, por conseguir el botín de encantadores muchachos y muchachas y truecan seductoramente sus aprestos: el dandy hace gala de su descarado cinismo, al tiempo que el industrial hace acto de presencia con su ropa inmaculada. En vano: la madera joven de la maza de armas del industrial acabará resquebrajando el reseco bastón del dandy. Mas, ¡ah! reseca o fresca, la madera seguirá siendo madera y la viva llama del Espíritu acaba consumiéndola en su fuego.
¿Y por qué tiene que sucumbir también el Realismo si, a fin de cuentas -para que iríamos a negarle esta cualidad-, ha adoptado precisamente todo lo que el Humanismo tenía de bueno? Pues no cabe duda de que es capaz de asimilar aquellos aspectos inalienables y verdaderos del Humanismo, de la formación formal, lo que viene facilitado por la ya posible cientificidad y consideración racional de todas las materias de enseñanza (podemos recordar, a modo de ilustración, las contribuciones de Becker en el terreno de la gramática alemana); y es gracias a esa significación que el Realismo puede aplastar a sus enemigos desde una sólida posición. En la medida en que el Realismo, lo mismo que el Humanismo, parten de que el objetivo de toda educación es la habilidad del hombre, coincidiendo ambos, por ejemplo, que debe lograrse la familiaridad lingüística con todos los giros del lenguaje, la familiaridad matemática con todos los giros de las demostraciones, etc., es decir en conseguir la maestría en el manejo de las cosas, un dominio, en fin, sobre ellas, no está descartado, ciertamente, que el Realismo se proponga como su último objetivo la formación del gusto y la actividad formadora, como de hecho sucede ya en parte. En efecto, todas las materias de la educación adquieren una dignidad solamente cuando los muchachos aprenden a hacer algo con ellas, a utilizarlas. Sólo debe enseñarse, en consecuencia, lo que es útil y provechoso, como desean los Realistas. Y en la formación, la generalización, la exposición, no debe buscarse más que el provecho, sin que nadie pueda eximir- se de esta exigencia humanista. Los Humanistas tienen razón al decir que lo fundamental es la educación formal, pero no la tienen al considerar que esta educación no tiene lugar en el dominio de todas y cada una de las materias. Los Realistas, por su parte, aciertan al considerar que en la escuela pueden tratarse todas las materias, pero hierran cuando no quieren comprender que la educación formal constituye el objetivo fundamental. Por esa razón, desmintiéndose a sí mismo y no entregándose a las seducciones materialistas, el Realismo podría superar a su contrincante, al tiempo que reconciliarse con él. ¿Por qué entonces nos seguimos enfrentando al Realismo?
¿Realmente ha desechado la corteza del viejo principio y se encuentra a la altura de nuestro tiempo? Es en virtud de esta pregunta que debemos emitir nuestro juicio: ¿Se adhiere el Realismo a la idea que nuestra época ha conquistado como su bien más dorado, o bien se mantiene estacionario en un lugar rezagado? Mas debe hacernos reflexionar ese inextirpable temor con que los Realistas se amedrentan ante la abstracción y la especulación, razón por la que mencionaré aquí algunos pasajes de Hensius que en este aspecto no transige con los inflexibles Realistas y me eximen de algunas acotaciones que resultarían baladíes. Así, en la página 9 escribe: “En las instituciones de enseñanza superior se oía hablar de los sistemas filosóficos de los griegos, de Aristóteles y Platón, así como de los modernos, de Kant, quien había señalado la indemostrabilidad de las ideas de Dios, de la libertad y la inmortalidad, de Fichte, quien había substituido la idea de Dios por la de un orden moral universal, de Schelling, Hegel, Herbart y Krause, y de todos los nombres de descubridores y reveladores de saberes supraterrenales. ¿Pero qué vamos a hacer, qué va a hacer la nación alemana -se decía- con esa cháchara idealista que ni pertenece a las ciencias empíricas y positivas, ni a la vida práctica, y ni siquiera es provechosa para el Estado? ¿De qué nos sirve ese oscuro saber que confunde el Espíritu de la época y sólo conduce al escepticismo, que sólo divide las almas y aleja a los discípulos de las cátedras de sus apóstoles, que no hace sino llenar de tinieblas nuestra lengua nacional al convertir los conceptos más transparentes del sano juicio humano en enigmas místicos? ¿Acaso es esta la sabiduría que convertirá nuestra juventud en hombres virtuosos, en reflexivos seres racionales, en responsables ciudadanos, en trabajadores útiles y diligentes en sus respectivas profesiones, en esposos amantes y padres celosos del bienestar hogareño?”. Y en la página 45 se dice: “Echemos una mirada a la filosofía y la teología, ensalzadas como las ciencias del pensamiento y la fe que proporcionan el bienestar del mundo. ¿Qué se ha hecho de ellas después de tantas disputas, desde que Leibniz y Lutero abrieran sus derroteros? El dualismo, el materialismo, el espiritualismo, el naturalismo, el panteismo, el realismo, el idealismo, el supernaturalismo, el racionalismo, el misticismo, y tantos y tantos ismos abstrusos de especulaciones y sentimientos extravagantes, ¿qué bendición han aportado al Estado, la Iglesia, las artes y la cultura del pueblo? Es cierto que el pensamiento y el saber han ampliado sus límites. ¿Pero, acaso se ha vuelto más claro el primero, más firme el segundo? La religión, en tanto que dogma, es más pura, pero la fe subjetiva es más confusa y débil, y sus fundamentos se han desmoronado, han crujido a los embates de la crítica y la hermeneútica, cuando no han sido degradados por la charlatanería y una farisea santidad falsa. ¿Y la Iglesia? ¡Ah! De su existencia no queda ya más que la división y la decrepitud! ¿No es eso cierto?” ¿Y por qué motivo se muestran los Realistas tan adversos hacia la filosofía? Porque desconocen su oficio y porque, en lugar de ensanchar sus límites, ponen todo su empeño en empequeñecerse. ¿Y a qué ese odio a la abstracción? Porque ellos mismos son abstractos, porque abstraen su propia plenitud, el impulso hacia la verdad redentora.
¿Es que queremos poner la pedagogía en manos de los filósofos? ¡Nada de eso! Se mostrarían lo suficientemente torpes en estas lides. Se la debe confiar solamente a quienes son más que filósofos y, por eso mismo, infinitamente más que los Humanistas y los Realistas. Estos últimos han intuido acertadamente que también los filósofos se precipitan a su fin, pero ni siquiera han sospechado que a su fin le seguirá un nuevo nacimiento: ellos hacen abstracción de la filosofía para buscar sus objetivos en el firmamento, saltan por encima de ella -para desplomarse en el abismo de su propia vacuidad. Ellos son, como el eterno judío, inmortales, mas no eternos. Sólo los filósofos pueden morir para hallar en la muerte su propia identidad; con ellos muere también el período de la Reforma, la época del saber. Sí, efectivamente, el saber mismo tiene que perecer para nacer de nuevo como voluntad. La libertad de pensamiento, de fe y de conciencia, esa deliciosa flor de tres siglos, regresará al regazo de la madre tierra para que la nueva libertad de la voluntad pueda nutrirse de sus más nobles sabías. El saber y su libertad fueron el ideal de aquella época que culminó definitivamente en los cielos de la filosofía: en su cumbre, el héroe se construirá su propia pira para entregarse en holocausto a su lugar eterno del Olimpo. Con la filosofía se cierra el período de nuestro pasado. Y los filósofos son los Rafaeles del período del pensamiento en los que el viejo principio llegó a la plenitud de su reluciente y ostentoso colorido, cuyo rejuvenecimiento lo convierte de un principio temporal en un principio eterno. Quien a partir de ahora pretenda conservar el saber, éste lo perderá; y quien, al contrario, renuncie a él, este lo obtendrá. Sólo los filósofos están llamados a esa renuncia y ese beneficio: son ellos quienes se encuentran ante el fuego ardiente, ellos quienes deben poner fuego a la corteza terrenal, lo mismo que el héroe desfallecido, para liberar el Espíritu imperecedero.
Debe hablarse de manera comprensible en la medida de lo posible. En ello reside precisamente el error de nuestro días: en que el saber no llega a su plenitud, ni alcanza la transparencia, y sigue siendo un saber material, formal, positivo, sin elevarse al saber absoluto, un saber, en fin, que nos lastra como un fardo. Del mismo modo debe abandonarse al olvido aquel pasado, debe sorberse el embriagador licor. de lo contrario no se llegará a sí mismo. Todo lo grande debe saber llegar a la muerte y elevarse con su propio fin; tan sólo el miserable acumula, cual un esclerótico funcionario imperial, actas sobre más actas, para presentarse a lo largo de siglos bajo la figura de delicadas porcelanas, como las imperecederas bagatelas chinas. El auténtico saber llega a su plenitud en el instante en que deja de ser saber para convertirse de nuevo en un instinto humano simple -la voluntad. Así, aquel que durante años haya reflexionado sobre su “oficio de ser hombre”, sumergirá en un mismo instante todas las cuitas y peregrinaciones de su indagación en un puro sentimiento, en un impulso progresivamente directriz en el que descubre aquél. El “oficio de ser hombre” que había buscado por los mil senderos y atajos de la reflexión se transforma, tan pronto se ha reconocido, en la llama de la voluntad moral, alumbrando el pecho de un hombre que ha recobrado la juventud y la ingenuidad, y no se devanea ya en la búsqueda.

Levántate alumno y baña sin descanso
el pecho de la tierra en los rayos de la aurora.

Ese es el fin, al tiempo que la perennidad, la eternidad del saber, un saber que, convertido nuevamente en algo simple e inmediato, brota y se revela de nuevo en cada acto y bajo una nueva forma como voluntad. La voluntad no es auténtica, por así decirlo, al salir de su casa, como quisieran hacernos creer los prácticos, y no basta con saltar por encima del querer-saber para hallarnos súbitamente en el medio de la voluntad. Es el saber mismo el que se consuma en la voluntad en el momento en que se desensorializa y se engendra a sí mismo en tanto que Espíritu “que crea su propio cuerpo”. Por eso toda educación que no parta de esa muerte y este vuelo celeste del saber adolecerá de la temporalidad, formalidad y materialidad del dandismo y el industrialismo. Un saber que no se clarifique y se concentre, prolongándose en el querer, en otras palabras, un saber que se contente con el puro tener y la propiedad, en lugar de conjugarse plenamente consigo mismo, de tal manera que el Yo, en su libre despliegue, no se vea obstaculizado por ningún fardo de haberes expandiéndose por el mundo con la frescura de sus sentidos, un saber, en fin, que no llega a ser personal, no proporciona más que un bagaje insuficiente para la vida. No se quiere llevarlo a la abstracción que, sin embargo, confiere la auténtica bendición a todo concreto saber: pues sólo por medio de ella se da muerte realmente a la materia transformándola en Espíritu, y sólo en virtud de ella el hombre alcanza su propia y última liberación. Sólo en la abstracción es posible la libertad. El hombre libre es aquel que supera 1o dado e integra nuevamente todo lo que se ha extrañado de é1 en la unidad de su Yo.
Si el impulso que guía nuestro tiempo, una vez conquistada la libertad del pensamiento, es su consecución hasta aquella plenitud en la que ella se convierte en libertad de la voluntad, el objetivo último de nuestra educación ya no puede ser, para cumplir esta libre voluntad, el simple saber, sino el querer que se engendra del saber; y la expresión explícita de aquello a lo que esta educación debe aspirar es: el hombre personal o libre. La verdad no consiste en otra cosa que en la revelación de sí mismo y a ello le corresponde, precisamente, la búsqueda de sí mismo, la liberación de todo lo ajeno, la más radical abstracción o descargo de toda autoridad, el renacer de la ingenuidad. Y este tipo de hombre auténtico no es el que proporciona la escuela; si en algún lugar existen hombres semejantes, lo será a pesar de la escuela. Esta nos convierte, eso sí, en dueños de las cosas, y en cualquiera de los casos, en dueños de nuestra propia naturaleza -pero no hace de nosotros naturalezas libres. Ningún saber por fundamental y extendido que sea, ninguna agudeza o ironía, ni ninguna astucia dialéctica nos ponen a salvo de la vulgaridad del pensar y el querer. No es realmente un mérito de la escuela el que no compartamos con ella el afán egoísta. Todos los tipos de envidia, todas las clases de usura, la avidez de puestos, la servidumbre mecánica el espíritu mediador, todo ello se remonta tanto al saber difundido cuanto a la elegante formación clásica, y si todas estas enseñanzas no llegan a ejercer la menor influencia en nuestra actuación moral, se debe a menudo al azar de haberlo dejado todo a la merced del olvido al no usarlo: uno se sacude así el polvo de las aulas. Y ello por la sola razón de que la educación se lleva a cabo únicamente en lo formal o lo material, cuando no en ambos a la vez en lugar de buscarse en la verdad, en la educación del verdadero hombre. El Realismo supone ciertamente un avance, puesto que sólo pide a sus alumnos que comprendan y descubran aquello que aprenden; Diesterweg, por ejemplo, no se cansa de hablar sobre el “principio vivencial”; desde esta perspectiva, las materias de enseñanza por sí mismas no constituyen la verdad, sino algo positivo (entre lo que también se incluye la religión) que el alumno puede conjugar y sintetizar con la suma de sus restantes saberes positivos. Sin embargo, no existe ahí ninguna elevación por encima de la vivencia y la contemplación groseras, ni ningún estímulo para proseguir el desarrollo del Espíritu, adquirido precisamente a través de esta contemplación, y producir a partir de él o, en otras palabras, ser especulativo, lo cual significa prácticamente tanto como ser y actuar moralmente, Se conforman con educar gente razonable, pero no se proponen formar hombres racionales. Quedan satisfechos con comprender las cosas y lo dado, pero no parece incumbirles el saber comportarse. De esta suerte, se promueve el sentido por lo positivo, ya sea en su aspecto formal o, a su vez, en el material, y se enseña -adaptarse a lo positivo. Lo mismo que en otros terrenos, en la pedagogía tampoco se deja que la libertad llegue a irrumpir, que la fuerza de oposición tome la palabra; lo que se desea, por el contrario, es la subordinación. Tan sólo se tiende a un adiestramiento formal Y material; sólo son sabios los que salen de las huestes de los Humanistas; sólo son “ciudadanos útiles” los que salen de los aposentos de los Realistas -y unos como otros no son más que hombres subordinados. Se sofoca violentamente nuestro buen fondo de rebeldía y, con él, el desarrollo del saber hacia la libre voluntad. El resultado al que lleva la vida escolar no es entonces otra cosa que el filisteismo. Así como de niños nos habituamos a las cosas que se nos presentan, así también nos familiarizamos y adaptamos posteriormente a la vida positiva y a la época, convirtiéndonos en sus esclavos y en lo que se ha dado en llamar ciudadanos honrados. ¿Dónde se fortalece el espíritu de la oposición, en lugar de la servidumbre que se ha ido alimentando hasta nuestros días? ¿Dónde se educa al hombre creador, en lugar del hombre estudioso? ¿Dónde el maestro se convierte en colaborador? ¿Y dónde se asume el saber en el momento en que se transforma en voluntad? ¿Dónde se erige como objetivo al hombre libre, en lugar de hacerlo con el hombre educado? Desgraciadamente eso sólo sucede en contados lugares. Y no obstante, debe generalizarse la idea de que la tarea más elevada de la humanidad no consiste en la formación, no consiste en civilizar sino en la autorealización. ¿Se perjudicará con ello la formación? Todo lo contrario: de la misma manera que tampoco renunciamos al libre pensamiento por incorporarlo a la libre voluntad. Cuando el hombre funda su dignidad en el sentimiento, el conocimiento y la realización de sí mismo, es decir en su sentimiento de sí, en su autoconsciencia y su libertad, entonces tiende por sí mismo a proscribir la ignorancia que convierte al objeto extraño y desconocido en un obstáculo y un límite de su autoconocimiento. Si, por el contrario, se lo forma, podrá adaptarse siempre y de la manera más sutil y formada a las circunstancias, pero sólo para convertirse en almas serviles. ¿Qué son en su mayor parte nuestros espirituales y educados sujetos? Nada más que ridículos propietarios de esclavos, cuando no simples esclavos.
Los Realistas pueden presumir de una superioridad, la de no formar simples sabios sino ciudadanos razonables y provechosos. Sí, su contraseña “Educar a todos en función de la vida práctica” podría ser el lema de toda nuestra época, de no concebirse esa praxis en el sentido más vulgar de la palabra. Pues la verdadera praxis no es la de abrirse paso por las sendas de la vida, y el saber tiene suficiente dignidad para que no sea simplemente utilizado a fin de conseguir los objetivos prácticos de la vida. Antes al contrario, la más elevada praxis es aquella por la que el hombre libre se revela a sí mismo, y el saber que asume su propia muerte es la libertad vivificadora. ¡La vida práctica! Se cree haberlo dicho todo con esas palabras y, sin embargo, los mismos animales llevan una vida práctica desde el momento en que, llegado su destete teórico, corretean por los bosques y praderas en busca del placer que proporciona el alimento o son unidos al yugo -de cualquier negocio. Un docto en el alma animal como Scheitling llevaría la semejanza más lejos todavía, extendiéndola hasta el terreno de la religión, como puede verse en su “Teoría del alma animal”, una obra sumamente instructiva por esa misma razón, pues llega a acercar hasta el máximo el animal al hombre civilizado, y el hombre civilizado al animal. La “educación para la vida práctica” no forma más que personas de principios, incapaces de pensar y actuar sino en función de máximas, pero no forma hombres principales. Tan sólo forja Espíritus legales, pero no libres. ¡Que distintos son aquellos hombres en los que la totalidad de su pensamiento y de su acción se mece en un constante movimiento y rejuvenecimiento! ¡Que diferentes de aquellos que se mantienen fíeles a sus convicciones! Pues las convicciones son inalterables, no pulsan más que la misma sangre renovada a través del corazón, acaban petrificándose en cuerpos rígidos y tienen algo, por mucho que hayan sido adquiridos y no meramente aprendidos, de positividad y dignidad sagradas, De ahí que la educación realista sea capaz de formar caracteres firmes, aplicados y saludables, hombres inamovibles, fieles corazones, cosa que para nuestra degenerada raza no deja de ser un bien inapreciable. Pero caracteres eternos, aquellos cuya firmeza no reside más que en el incesante raudal de su autocreación y sólo son eternos porque a cada instante se crean nuevamente a sí mismos, haciendo brotar sus manifestaciones temporales a partir de la fuerza, perennemente fresca y joven, de su eterno Espíritu, esos caracteres no los formará nunca semejante educación. Lo que se suele llamar un carácter sano no es, en el mejor de los casos, más que una personalidad petrificada para llegar a su plenitud de sí misma, tiene que llegar a ser, a su vez, sufriente, tiene que contracturarse y estremecerse en la radiante pasión de un incesante rejuvenecer y renacer.
Es así como las líneas radiales de toda educación convergen en un punto central que recibe el nombre de personalidad. El saber, por muy erudito o profundo, amplio y fundamental que pueda ser, sigue perseverando en su carácter de posesión, de propiedad, hasta que no llega a disolverse en el punto imperceptible del Yo, emanando omnipotentemente a partir de él como voluntad, como Espíritu suprasensible e ilimitado. Y el saber experimenta esta transformación cuando deja de depender de los objetos, cuando aparece como un saber de sí, o bien, si eso parece más inteligible, cuando se convierte en un saber de la Idea, en una autoconsciencia del Espíritu. Entonces se trueca, por así decirlo, en impulso, en instinto del Espíritu, en un saber sin conciencia del que todos podemos hacernos al menos una imagen comparándolo con tantas y tan amplias experiencias que se subliman en uno mismo en un sentimiento simple que llamamos tacto: todo el amplio saber que se ha desprendido de aquellas experiencias se concentra en un saber instantáneo que decide nuestros actos en un abrir y cerrar de ojos. Y es justamente a esa inmaterialidad a la que debe tender el saber, sacrificando sus partes mortales y convirtiéndose en inmortal -voluntad.
En esa cuestión, en el hecho de que el saber no se purifique en la voluntad, en la afirmación de sí, en la pura praxis, reside gran parte de la miseria de nuestra educación. Los Realistas intuyeron este vacío, pero tan sólo para llenarlo de manera mezquina con la formación de “hombres prácticos” carentes de ideas y de libertad. La mayor parte de los seminaristas son la corroboración viviente de esta desdichada orientación. La educación debe ser exactamente lo contrario, debe convertirse en personas y, aun partiendo del saber, debe tener siempre presente su esencia, es decir, que el saber nunca ha de ser una propiedad, un tener, sino el Yo mismo. En una palabra, no es el saber el que debe constituir el centro de la educación, sino la persona que alcanza el despliegue de sí misma; la pedagogía no ha de pretender civilizar a los hombres, sino formar personas libres, caracteres soberanos, y la voluntad, tan duramente oprimida hasta ahora, no debe debilitarse más. ¿Si no se atenúa el impulso del saber, por qué ha de reducirse el impulso de la voluntad? Y si se estimula aquél, con la misma razón debe estimularse éste. La arbitrariedad y la indisciplina del niño tienen los mismos derechos que su afán de saber. A éste se lo alimenta esmeradamente. ¡También debe fomentarse la fuerza natural de la voluntad, la oposición! Que el niño no aprenda a sentirse a sí mismo, significa que no aprende lo más esencial. ¡Que no se sofoque su orgullo, su libertad! Frente a su insolencia, ni propia libertad siempre queda a salvo. Pues si su orgullo se trueca en terquedad, si el niño pretende doblegarme yo, que soy tan libre como pueda serlo el niño, tampoco tengo por qué tolerarlo. ¿Pero significa eso que deberé defenderme utilizando el fácil instrumento de la autoridad? ¡De ningún modo! Pero le opondré la fuerza de mi libertad hasta que la terquedad del niño se rinda por sí misma. Un hombre entero no necesita ser -una autoridad. Y cuando la libertad se convierte en descaro pierde precisamente esa fuerza que caracteriza, por ejemplo, el dulce poder de una auténtica mujer, de su maternidad, o de un hombre firme. Se ha de ser muy débil para acudir en auxilio de la autoridad, y muy perverso para creer que el descaro puede corregirse por convertirlo en temor. Exigir el temor y el respeto son cosas que pertenecen a la época pasada del Rococó.
¿De qué nos lamentamos, pues, cuando nos referimos a los defectos de nuestra actual formación escolar? De que nuestras escuelas se asienten todavía sobre el viejo principio del saber sin voluntad. El nuevo principio, por el contrario, es el de la voluntad en tanto que purificación del saber. Por eso rechazamos todo tipo de “concordato entre la escuela y la vida” pues la escuela misma es la vida, y la autorevelación de la persona su tarea, tanto dentro como fuera de ella. La educación universal de la escuela debe ser una formación para la libertad, y no para la servidumbre. ¡Ser libres, esa es la verdadera vida! La constatación de la ausencia de vida que aquejaba al Humanísmo hubiera debido de conducir el Realismo a esta conclusión. Sin embargo, sólo se tuvo en cuenta que la formación humanista no capacitaba para la llamada vida práctica (burguesa, mas no personal) y, oponiéndose a la educación puramente formal, se orientó hacia una formación material, en la esperanza de que si daba a conocer las materias útiles para el intercambio social no sólo superaba el formalismo, sino que daba satisfacción a las más elevadas necesidades. Con todo, la educación práctica esta muy por detrás de la formación personal y libre, y si aquella proporciona la habilidad para abrirse paso en la vida, ésta confiere la fuerza, los fogosos destellos de una vida que se abre a partir de sí misma; si aquella prepara para que nos encontremos en el mundo de lo dado como en nuestra propia casa, ésta enseña a encontrarse consigo mismo como en su morada. No somos Todo cuando nos desplegamos como miembros útiles de la sociedad, pues únicamente podemos alcanzar esta plenitud cuando somos hombres libres, personas autocreadoras.
Si la idea y el impulso de nuestro tiempo es la libre voluntad, la pedagogía debe acoger la formación de la personalidad libre como su primer y último objetivo. Humanistas como Realistas se limitan al saber y, a lo sumo, se preocupan por la libertad del pensamiento, convirtiéndose en librepensadores a través de la libertad teórica. Con el saber, sin embargo, sólo somos libres interiormente (una libertad a la que por nada debemos renunciar), mientras que exteriormente podemos seguir siendo, con toda nuestra libertad de conciencia y de pensamiento, esclavos en la servidumbre. Y sin embargo, precisamente aquella libertad exterior para el saber constituye, para la voluntad, la libertad interior y verdadera, la libertad moral.
Y sólo en esta educación universal, en la que lo más bajo se conjuga con lo más elevado, hallamos la verdadera igualdad de Todos, la igualdad de las personas libres, sólo en la libertad es posible la igualdad.
Frente al Humanismo y el Realismo podemos llamarnos, si es un nombre lo que se desea, moralistas, pues nuestro objetivo es la formación moral. Con ello se objetará inmediatamente que no aspiramos a otra cosa que a una formación guiada por leyes morales positivas, cosa que, de hecho, ya se ha venido haciendo hasta nuestros días. Pero precisamente porque es lo que ha sucedido hasta ahora, son esas leyes las que descarto, y el hecho de que sólo deseo ver el despertar de la fuerza de oposición, y no la subyugación de la voluntad, sino su glorificación, debiera bastar para esclarecer esta diferencia. Y para distinguir todavía más los requisitos que hemos expuesto de las mejores aspiraciones de los Realistas, tal como aparecen, por ejemplo, en el recién aparecido programa de Dieterweg, en la página 36: “La insuficiencia de nuestras escuelas y de nuestra educación en general reside en el defecto de una formación del carácter. No educamos ningún tipo de carácter”, para distinguirlo claramente de esta perspectiva diré que aquello que necesitamos es una formación personal (no la acuñación de un carácter). Y si una vez más se desea agregar un -ismo a quienes siguen este principio, éste podría ser, en mi opinión, el de Personalismo.
Por esa razón, y para volver nuevamente a Heinsius, “el vívido deseo de la nación de que la escuela se aproxime a la vida” no podrá cumplirse sino cuando se encuentre la auténtica vida en la personalidad, la independencia y la libertad, pues quien aspire a estos objetivos no renunciará por ello a todo lo bueno que existe tanto en el Humanismo como en el Realismo, sino que ennoblecerá a ambos, elevándolos a una altura infinitamente mayor. Tampoco puede ponderarse el punto de vista nacional que detenta Heinsius como el justo, pues más bien lo es el punto de vista personal. Sólo el hombre libre y personal es un buen ciudadano (Realistas), e incluso careciendo de una cultura especial y erudita (filosófica, artística, etc.), será un juez de delicado gusto (Humanistas).
Si, finalmente, tuviera que expresar en pocas palabras el objetivo que nuestra época debe alcanzar, formularía el necesario fin de la ciencia exenta de voluntad y el auge de la voluntad autoconsciente que se consuma en el esplendor de la persona libre de la siguiente manera: ¡El saber tiene que perecer para que pueda renacer como voluntad que se engendra siempre de nuevo en tanto que persona libre!

domingo, 8 de agosto de 2010

La influencia del stirnerismo en el movimiento libertario español*


Las concepciones filosóficas de Stirner, concretadas en su famoso libro El único y su propiedad, que data del 1844, llegan con bastante retraso al panorama ideológico íbero. Además de llegar tarde estas ideas se incorporaron al discurso libertario por mediación y influencia de otros autores; en contadas ocasiones de forma directa. Nietzsche y Armand son dos de los autores más destacados, los que me interesaría analizar aquí (a parte del propio Stirner, evidentemente). Ambos autores fueron claramente influenciados por la filosofía de Stirner, y la asimilaron y desarrollaron a su particular manera. Se sabe que el autor de Así habló Zaratustra admiró a Stirner en secreto, sobretodo para evitar posibles identificaciones de su filosofía con el anarquismo y el individualismo stirnerianos.

La obra de Nietzsche fue introducida a nivel español por los bakuninistas des de 1887, indirectamente a través de la obra de Max Nordau, que presenta el nietzscheanismo de una forma vulgarizada y bastante comprensible. Literatos individualistas como por ejemplo Carlyle, Björson, Hauptman y sobretodo Ibsen también son importantes en este aspecto. Es destacable la conferencia impartida por E. Sanz Escartín el año 1898, fecha de la perdida de las colonias españolas, que llevaba por nombre “Federico Nietzsche y el anarquismo intelectual”. Escartín identificaba los aspectos en común entre la filosofía nietzscheana y el movimiento modernista.

La perdida de las colonias y el descontento ocasionado por este hecho propicia y acelera la introducción del individualismo alemán en España. El año 1900 aparecía la primera versión española de Así Habló Zaratustra. El Único y su propiedad, como indica Armand en su artículo "El Stirnerismo" (aparecido en La Revista Blanca, nº299, 12 d’octubre de 1934), se publicó en Francia el año 1900 y se hicieron dos traducciones diferentes: la de Robert L.Reclaire, en casa de Stock, y la de Henri Lasvigne, en La Revue Blanche. Aparecía, sólo un año después, en 1901, la traducción al español por parte de Pedro Dorado Montero en la revista La España Moderna. Tres años más tarde, en 1904, sería publicada otra traducción al español por parte de Pedro González Blanco, des de la editorial Sempere. Respecto a esta segunda edicción se conoce que la primera tirada fue de unos 6.000 ejemplares y que hubo una segunda de unos 4.000.

José Alvarez Junco identifica una corriente sitrneriano-nietzscheana en el sí del movimiento intelectual y libertario español de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Tanto Stirner como Nietzsche pusieron de manifiesto el conflicto individuo-sociedad, fueron críticos radicales de los convencionalismos sociales y partidarios del individualismo y el egoísmo más absolutos. En el panorama ideológico libertario de principios del siglo XX las ideas de Kropotkin expuestas en su escrito El apoyo mutuo (1902), habían sido asimiladas y aceptadas de forma casi indiscutible. Se trataba de una clara respuesta a las ideas de darwinismo social defendidas principalmente por Malthus que sostenían los conservadores. A pesar de esto las ideas de Nietzsche presentaban un componente darwinista muy marcado que entraba en contradicción con las ideas defendidas por el príncipe ruso. La corriente stirneriano-nietzscheana, egoísta y individualista, raramente casaba con la filosofía solidaria y comunista de Kropotkin, y con el socialismo libertario en general.

Es muy importante la influencia que tanto el filósofo alemán como las ideas ácratas ejercían en la juventud intelectual española de la generación del 98 o movimiento modernista en el período que va de 1989 a 1905. Jaume Brossa y Pompeu Gener, por ejemplo, participaron en el movimiento libertario colaborando con publicaciones como Ciencia Social o La Revista Blanca. Este último llegó a conocer directamente las ideas stirnerianas. De Ramiro de Maeztu se sabe que en juventud fue nietzscheano y anarquizante en ciertos aspectos, aunque se acercó más al movimiento socialista político. Eduado Marquina presenta en su obra multitud de aspectos vitalistas, paganos y libertinos, y se sabe que publicó poemas en la prensa libertaria. Es interesante la persona de Pío Baroja; en una de sus obras, La lucha por la vida, contrapone la figura del típico anarquista kropotkiniano a la del individualista extremo, anarquizante, mas no anarquista. Seguramente Baroja se identificaba con este último. Azorín primeramente se sintió atraído por el anarquismo kropotkiniano, y fue precisamente su acercamiento a la figura de Nietzsche lo que lo acabó alejando del movimiento libertario.

Sin lugar a duda lo más destacable es la obra y figura de Julio Camba (1884-1962), quien fue importante nietzscheano español y a la vez miembro activo dentro del movimiento libertario. Llegó a ser director de un periódico ácrata propio, además de colaborar en varios de ellos como El Rebelde, Juventud, El Productor Literario, Buena Semilla, Anticristo o Liberación, publicaciones que compartían la identificación tanto con el anarquismo como con el nietzscheanismo. Camba encontraba muchos puntos en común entre Nietzsche y el anarquismo, como el individualismo o la crítica a la moral cristiana, y recomendaba hacerse anárquicos más que anarquistas.

Importante destacar también el grupo anarquista conocido como “La Colla de Foc Nou”, que se reunía en un banco de la gran vía barcelonesa y funcionaba como lugar de debate literario. Integraban este grupo figuras como Jaume Brossa, destacado anteriormente, Celestí Galcerán, Josep Roca, Bernat Rodríguez Serra, Ramón Sempau, Ignasi Iglesias y Pere Coromines. Curiosamente, a pesar de ser figuras reconocidas dentro del movimiento modernista, todos ellos tenían procedencia obrera. Des de la imprenta “L’avenç” se encargaron de difundir la obra de Friedrich Nietzsche, entre otros autores.

La Revista Blanca, importante referente del individualismo anarquista, se relacionó durante toda aquella época (1898-1905) con las ideas de Nietzsche, como su vitalismo, su subjectivismo o su negación de la metafísica. El entusiasmo primerizo por la figura de este autor, pero, acabó convirtiéndose en escepticismo. El tipo de individualismo representado por Stirner (de quien ya habían podido analizar la obra en profundidad) o Nietzsche difícilmente era aceptado dentro de la publicación. Joan Montseny (1864-1942), a la cabeza de esta publicación, intentó convertirla en nexo de unión entre el movimiento intelectual de la generación del 98 y el movimiento anarquista. De hecho colaboraron con esta publicación autores como Unamuno, Clarín, Francisco Giner de los Rios o Fernando Tárrida. Del movimiento modernista Federico Urales (seudónimo de Joan Montseny) aceptaba el vitalismo, pero elementos como el decadentismo, el pesimismo o el arte por el arte sin función social le parecían detestables. Urales se acabó alejando de los intelectuales, y hasta 1923 no volvía a implicarse activamente en el desarrollo del anarquismo individualista. Pero de hecho en la segunda etapa de esta publicación se comenzaron a defender posiciones claramente contrarias al stinerismo dentro de esta publicación.

Inevitablemente la mayor parte de modernistas –sobretodo los más destacados- que parecían defender el anarquismo acabaron abandonando toda vinculación con el movimiento libertario. Difícilmente podía ser aceptado el egoísmo absoluto de los individualistas alemanes, como tampoco podía serlo el aristocratismo o la crítica a la razón (o incluso a la misma ciencia). Tanto al figura de Nietzsche como la de Stirner caerían en el olvido en el sí del movimiento libertario español. Este último sería recuperado por el individualista francés Emile Armand, que lo acabaría asociando inconfundiblemente al movimiento anarquista individualista. Respecto al nietzscheanismo de los modernistas muchas veces acabaría desembocando en el darwinismo social y el irracionalismo fascista, como el defendido por el mismo Azorín.

Las décadas de los años veinte y treinta representaron la época de crecimiento, apogeo y decadencia del anarquismo individualista español propiamente dicho, correspondiente a la epoca de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y a la Segunda República (1931-1936). El movimiento sindicalista, encabezado por la CNT, sufrió una fuerte censura y las publicaciones individualistas, de carácter más cultural, asolieron el protagonismo. Es innegable la influencia del anarquismo individualista francés en su homónimo español. Han Ryner sería el referente de un anarquismo más especulativo y espiritual, en oposición al materialismo y egoísmo de los individualistas de tipo stirneriano, del cual el máximo representante fue Emile Armand. Dos personalidades son importantes en la introducción de estos dos individualistas franceses en nuestro país. Costa Iscar, que mantenía relaciones personales de amistad con Armand, se encargó de traducirlo. A su vez, José Elizalde, que manteía mejores relaciones con Ryner, se encargó de traducir tanto a éste como a Armand. Tenemos publicaciones dentro del anarquismo individualista como La Revista Blanca, Ética o Nosotros (esta última aún siendo stirneriana) que parecían decantarse más por el pensamiento de Ryner. En cambio Iniciales, Estudios o Al Margen serían publicaciones más próximas a la figura de Armand. Dejando de lado todo esto no hay unanimidad dentro de las mismas publicaciones y personalidades como los Montseny, muy críticos con el egoísmo stirneriano, o José Elizalde se declaraban claramente rynerianos; otros como Mariano Gallardo o León Drovar más indiscutiblemente armandianos.

Tanto las revistas Generación Consciente y Estudios (continuación de esta primera), que publicaron entre 1923-1937, como Ética y Iniciales (continuación de Ética), que publican entre 1927-1937, se centran en los aspectos de tipo sexual, principalmente en el neo-malthusianismo y el componente stirneriano no encuentra apenas espacio de expresión. En el caso de las dos primeras, Generación Consciente-Estudios –de hecho, la misma-, las posiciones éticas de Armand, cercanas al nihilismo moral de Stirner, son muchas veces cuestionadas. A pesar de esto, encontramos intelectuales como Julio Barco (García Birlán) que hacen exaltaciones constantes del individuo, inspirados por ideas de tipo stirneriano. En cuanto a Ética-Iniciales, después de perder al primer equipo editorial, dominado por la personalidad de Elizalde, claramente ryneriano, tras ser éste encarcelado en 1929, se abre una etapa de mayor fijación por la persona de Armand. De hecho, en Iniciales (1929-1937) tienen consciencia de ser una minoría y en este aspecto radica su aristocratismo armandiano. Se encuentran abundantes escritos de Emile Armand y de Mariano Gallardo. José Elizalde, del equipo directivo de Ética, y fundador del Ateneo Naturista Ecléctico (dedicado a la práctica nudista y actividades similares) propuso la creación de una Federación Nacional de Individualistas, inspirada en las asociaciones de egoístas stirnerianas, aunque no llegara a fructificar. Como muchos otros individualistas militó en el movimiento libertario no específicamente individualista; participó en la fundación de la FAI en 1927.

Respecto a la cuestión sexual y afectiva Ryner, aunque no niega el componente físico del amor, estaba más interesado en el amor de tipo filosófico, espiritual o platónico. Por otra parte, Armand se centraba más en el componente físico del amor, y en el placer por el placer. Según Armand instintivamente tendemos hacia la promiscuidad, y de aquí nacen sus críticas contra la familia monogámica tradicional. El armandiano más destacable en el panorama español es el andaluz Mariano Gallardo, que se proclama nihilista en todos los aspectos, incluido el sexual. Fue colaborador habitual de revistas como Estudios o Iniciales en la década de los treinta. Partidario de la promiscuidad sexual y del pluralismo amoroso, restaría importancia a la práctica de la prostitución equiparándola a otros trabajos asalariados. Partidario de crear una nueva moral sexual alternativa como solución a este asunto, aunque escéptico al respecto. Acabada la guerra civil Mariano Gallardo se exiliaría territorio francés. Parece que colaboró con la publicación Tierra y Libertad en su estancia en París.

Moriría en la década de los setenta. La publicación que lleva por nombre Al Margen, nacida en 1937, se centró mucho en el debate sobre la guerra y la revolución; también sobre la participación de los anarquistas en las instituciones republicanas y sobre los hechos de mayo de 1937 (el enfrentamiento de la CNT-POUM con los stalinistas del PSUC). Es interesante como los componentes de esta revista, de la cual destaca Vicente Galindo Cortés o Fontaura (1902-1990), conocido individualista y neomalthusiano, defienden la creación de asociaciones de individualistas inspiradas en los grupos de afinidad creados en torno a la publicación francesa L’en dehors de Emile Armand, donde se practicaba la idea de camaradería amorosa, a su vez inspirada en las asociaciones de egoístas stirnerianas. También se inspiran en la idea de Armand de crear comunas individualistas, idea que tuvo cierta influencia en algunas colectividades aragonesas.

La publicación más íntimamente relacionada con el individualismo stirneriano fue Nosotros. Fue una publicación de indiscutible calidad, aunque de corta duración (pues no duró ni seis meses). Se publicaron sólo cinco números, el primero en octubre de 1937 y el último el febrero de 1938, en plena guerra civil. Gran parte de lo publicado estaba directamente relacionado con las ideas de Stirner. Nosotros funcionó también como editorial y desde ésta se publicó una reedición de El Único y su propiedad en edición de lujo el año 1937, prologado por Miguel Giménez Igualada. Esta publicación trató de convertirse en puente entre el anarquismo individualista y el anarquismo comunista (esta última tendencia representada por Rodolfo Gonzáles Pacheco); ambas tendencias ajenas al sindicalismo. Miguel Giménez Igualada (1888-1973), el director de esta publicación desde el segundo número, fue un stirneriano declarado, enemigo acérrimo de la acción popular y de las organizaciones formales, y en su juventud “ilegalista”. Giménez Igualada opinaba que el socialismo había sustituido a la religión, y lo criticaba; como también criticaba la idea de revolución, y los cambios nada más superficiales que ocasionaba. La cuestión educativa la vislumbró des de una óptica armandiana, y defendió la idea de iniciación. En esta publicación colaboraron los individualistas franceses Armand, Ryner y Devaldès. Curiosamente Armand colaboró con artículos más de tipos filosófico, histórico o político que de tipo sexual, como en las otras publicaciones. Colaboraron también personajes como Felipe Alaiz, Costa Iscar, Fontaura, Juan de Hiniesta, Higinio Hoja Ruiz y Gonzalo Vidal.

Desde Nosotros y principalmente por parte de Giménez Igualada, ante las circunstancias especiales de la guerra, se instó a los individualistas y a los simpatizantes de Stirner a intervenir en el conflicto armado. Armand, por su parte, siempre reticente al uso de la violencia, también expresó simpatías por la resistencia española y consideró aquello como una reacción lícita contra la violencia y el totalitarismo fascistas. Con al perdida del conflicto bélico (formalmente el 1 de abril de 1939) por parte de los republicanos y libertarios, pero, desaparecía cualquier vestigio de individualismo anarquista del panorama íbero, como también era silenciado o eliminado el movimiento libertario en general, y toda oposición al naciente régimen franquista.

BIBLIOGRAFIA- Stirner, M.: El Único y su propiedad. El falso principio de nuestra educación o humanismo y realismo, B. 1974, Las Ediciones Liberales. - Armand, E.: El anarquismo individualista (lo que es, puede y vale). El stirnerismo, Logroño., 2003, Pepitas de calabaza ed. - Alvarez Junco, J.: La Ideología Política del Anarquismo Español (1868-1910), M. 1976, Ed. Siglo XXI. - Díez Rodríguez, X.: L'anarquisme individualista a Espanya (1923-1938), 2 parts [Format PDF]., 2002, Universitat de Girona

tomado de http://bajolatormenta.blogspot.com/2007/01/la-influencia-del-stirnerismo-en-el.html

martes, 13 de julio de 2010

El sindicato o la muerte (1906) x Albert Libertad


Dicen que los lobos no se devoran entre sí.

Tengo muy pocos conocimientos personales sobre las costumbres de tales bestias como para permitirme creer que este dicho es menos idiota que la mayoría de los dichos.

Si, por casualidad, fuese exacto, para nosotros no probaría más que una cosa: que entre los hombres y los lobos hay, amen de las disparidades zoológicas, una fenomenal diferencia de apetitos.

Es probable, y hasta seguro, que la civilización, tan maravillosamente favorable al desarrollo de nuestros más salvajes instintos, haya destruido en nosotros los escrúpulos que nuestra ferocidad acaso tenía en común, en mejores tiempos, con la de los lobos.

Ya no nos hallamos, ay, en la antropofagia vulgar; aquella que se contenta precisamente con degollar, trinchar, cocinar y digerir carne humana. Tales procedimientos simplistas han quedado relegados a ciertas latitudes tropicales, en las cuales, aunque al parecer cada vez menos, siguen aplicándose.

En nuestro caso, en los buenos países privilegiados, donde el progreso se ha abierto paso, nos devoramos con una glotonería tanto menos escrupulosa cuanto que podemos cocinarnos de mil fáciles maneras, por no decir de lo más agradables.

Pero, naturalmente y como en las demás manifestaciones del ya mentado progreso, es el obrero, el proletario, el que marcha siempre a la cabeza. Soberanos, financieros y burgueses no desdeñan devorarse entre sí. Sin embargo, sea porque un gusto poco glotón por una alimentación que están expuestos a proveer una vez se han servido de ella, sea porque comerse al pueblo tiene para ellos un mayor atractivo, es éste el régimen alimentario por el que los susodichos, casi de manera general, muestran su preferencia.

El proletario, por su parte, carece de tales remilgos. Se gusta con todas las salsas y, bien o mal sazonado, joven o viejo, tierno o correoso, macho o hembra, se devora con un apetito que es prácticamente además el único testimonio creciente de estima del que dispone.

Id a la ciudad o al campo, entrad en la fábrica, en el taller, en la oficina, en cualquier lugar, en fin, en el que los pobres forzados trabajan obstinadamente para engrosar la fortuna de un amo cualquiera, en todos lados constataréis que, tras el ardiente deseo de conquistar y mantener la estima del patrón, el sentimiento más extendido es el encarnizamiento en la lucha contra los compañeros de trabajo o de miseria.

¿De verdad está el proletario orgulloso de su esclavitud? ¿Feliz con su mezquindad? A saber. En todo caso, el obrero se muestra más y más ferozmente celoso de cualquiera que, en su mismo rango, condenado a la misma cadena, intenté romper las ataduras y ganar algo de bienestar o libertad.

¿Que hay alguno que rehúsa alojarse en un barrio sucio o en un apestoso cuartel? ¿Que prefiere ropas buenas o hermosas de su elección a los uniformes de trabajo? ¿Que material e intelectualmente eleva sus deseos, refina sus gustos? ¿Que sobre todo, en fin, procura liberarse de toda dominación patronal para trabajar solo y a voluntad? Inmediatamente, casi desde cualquier parte entre las filas de sus hermanos, se alza un grito de furioso odio.

¿Que hay otro, al contrario, que, queriendo protestar por otros medios contra la labor impuesta o dar testimonio de su asco por la vida doméstica, se refugia en la privación de todo para no trabajar, y se condena a las noches sin techo, a los días sin alimento, a las intemperies sin ropa? Contra ese que escapa por una carretera en sentido opuesto sus propios compañeros de cadena lanza furiosamente el mismo grito.

No es cosa, en suma, para el obrero, de buscar un principio de libertad o de tomar un adelanto de felicidad ni en el trabajo libre ni en la franca ociosidad; ni en lo mejor ni en lo peor. Debe quedarse donde está; en la fila, bajo la mirada y la mano del amo, dócil, pacientemente, como los camaradas… ¡y no dárselas de listo!

De buena gana podría uno imaginarse todavía que la servidumbre aceptada, el trabajo asalariado admitido, el común yugo soportado sin respuesta; que el obrero, en fin, en tales condiciones encuentra entre sus semejantes una cierta simpatía, una mayor solidaridad, una compensación más o menos grata a su parte consentida de miseria.

¡Ingenua suposición!

Los trabajadores son inmisericordes no sólo con quien deserta de sus filas para elevarse o apartarse, para gozar o para sufrir, sino sobre todo con quien pena y se mantiene entre ellos.

¿Tienen el amo o el capataz necesidad de guardia, de vigilancia, de policía, de defensa contra uno o varios de sus esclavos? Nueve de cada diez veces, no encontrarán guardianes más fieles, vigilantes más activos, agentes más celosos, defensores más ardientes que los propios compañeros de esos desgraciados.

Se denuncian cada día, además con razón, aunque por ciento muy poco violentamente, a la administración y a la compañía que cesan a los empleados, a los patrones que despiden, a los propietarios que desalojan, a los enriquecidos que marginan.

Las canalladas de tales bribones no resultan atenuadas por la cobardía de aquellos que los sirven. Pero dicha cobardía tampoco tiene excusa.

En ocasiones se oye decir que el desgraciado amargado por su impotencia, el trabajador irritado por su continuo e inútil esfuerzo, conciben malos pensamientos cuyos retorcidos caprichos pagan sus semejantes, y no los amos, que se sitúan demasiado alto como para ser alcanzados.

¡Se puede ir muy lejos con una teoría así!

Los trabajadores no se ayudan, se perjudican incluso; es innegable. Al menos así ocurre en la práctica, lo que es esencialmente grave.

Para defender una actitud tal, todas las razones imaginadas son malas.

Bajo el pretexto de la liberación, el proletariado da en el momento actual un penoso ejemplo de su empecinamiento en la servidumbre y de su feroz voluntad de mantener aprisionado en ella al mayor número posible de sus propios hijos.

El proletariado se forja una cadena nueva y más pesada, inventa para su uso personal una patronal más intratable, una autoridad más tiránica que todo lo que se le había impuesto en el pasado.

El sindicato es, por el momento, la última palabra de la imbecilidad y, a la vez, de la ferocidad proletaria.

Este nuevo sistema de degüello mutuo se propaga por el mundo de los trabajadores. Y la complacencia de los poderes públicos o privados al no oponerle más que resistencias hipócritas es de una lógica perfecta.

Los sindicatos disciplinarán con mayor fuerza que nunca a los ejércitos del Trabajo y los convertirán, por las buenas o por las malas, en aun mejores guardianes del Capital.

En un reciente berreo electoral, un obrero tipógrafo vino a proclamar, desde lo alto de una tribuna, que todos los obreros no sindicados eran lo enemigos del proletariado, falsos hermanos con los cuales no debía haber ningún miramiento ni piedad.

Y la multitud de los sindicados aplaudió frenéticamente.

Los demás trabajadores pueden morirse de hambre, de enfermedad, de miseria.

Los patrones o los compañeros que acudan en su ayuda serán, por la misma razón, expuestos a la indignación pública.

El sindicato o la muerte.

Todavía no hemos llegado del todo a esto, pero poco más o menos, en realidad. Y con poco que esta monstruosa ceguera se agrave, la alternativa se impondrá sin remisión.

Es lo que faltaba, en verdad, para completar la siniestra farsa de emancipación con la que se nos habría engañado desde hace más de cien años.

Por otro lado, lo menos que puede uno esperarse al decir hoy en día algo así es ser calificado de cretino en materia de historia o de acémila en materia de economía social.

O bien dejarse devorar por el Capital o bien devorarse entre ellos (y, por el momento, ambos se complementan); puede preverse sin gran fatuidad hacia qué especie de liberación se encaminan los proletarios.

¿Se decidirán a probar otra cosa?

domingo, 4 de julio de 2010

El alma del hombre bajo el socialismo x Oscar Wilde


Capítulo I

La principal ventaja que acarrearía la implantación del Socialismo es, sin duda, la de relevarnos de la sórdida necesidad de vivir para otros que, en el actual estado de cosas, tanto presiona sobre casi todos. En realidad, casi nadie escapa a ella.

De tanto en tanto, en el curso del siglo, un gran hombre de ciencia como Darwin; un gran poeta como Keats; un fino espíritu crítico como el del señor Renan; un artista supremo como Flaubert, ha podido aislarse, mantenerse fuera del alcance de los clamorosos reclamos de los demás, mantenerse al resguardo del muro como dice Platón, y así realizar la perfección que había dentro suyo, para su propio incomparable beneficio, y para el incomparable y duradero beneficio de todo el mundo. Estas, sin embargo, son las excepciones. La mayoría de la gente arruina su vida por un malsano y exagerado altruismo; en realidad, se ven forzados a arruinarse así. Es inevitable que se conmuevan, al verse rodeados de tan tremenda pobreza, tremenda fealdad, tremenda hambre. En el hombre, las emociones se suscitan más rápidamente que la inteligencia; y como señalara hace algún tiempo en un artículo sobre la función de la critica, es mucho más fácil solidarizarse con el sufrimiento que con el pensamiento. De esta forma, con admirables, aunque mal dirigidas intenciones, en forma muy seria y con mucho sentimiento, se abocan a la tarea de remediar los males que ven. Pero sus remedios no curan la enfermedad: simplemente la prolongan. En realidad sus remedios son parte de la enfermedad.

Tratan de resolver el problema de la pobreza, por ejemplo, manteniendo vivos a los pobres; o, como lo hace una escuela muy avanzada, divirtiendo a los pobres.

Pero ésta no es una solución; es agravar la dificultad. El objetivo adecuado es tratar de reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible. Y las virtudes altruistas realmente han evitado llevar a cabo este objetivo. Así como los peores dueños de esclavos fueron los que trataron con bondad a sus esclavos, evitando así que los que sufrían el sistema tomaran conciencia del horror del mismo, y los que observaban lo comprendiesen, igual sucede con el estado actual de cosas en Inglaterra, donde la gente que más daño hace es la que trata de hacer más bien; y por fin hemos tenido hombres que estudiaron realmente el problema y conocen la vida -hombres educados que viven en el East End (1) - adelantándose e implorando a la comunidad para que restrinja sus impulsos altruistas de caridad, benevolencia y otros parecidos. Se basan en la afirmación de que la caridad degrada y desmoraliza. Están perfectamente en lo cierto. La caridad crea una multitud de pecados.

También debe decirse esto al respecto. Es inmoral usar la propiedad privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma institución de la propiedad privada. Es a la vez inmoral e injusto.

Bajo el Socialismo todo esto, naturalmente, se modificará. No habrá gente viviendo en fétidas pocilgas, vestida con hediondos andrajos, criando niños débiles, acosados por el hambre, en medio de circunstancias absolutamente imposibles y repulsivas. La seguridad de la sociedad no dependerá, como sucede ahora, del estado del tiempo. Si llega una helada no tendremos a cien mil hombres sin trabajo, deambulando por las calles miserablemente, o pidiendo limosna a sus vecinos, o apiñándose ante las puertas de detestables albergues para tratar de asegurarse un pedazo de pan y un sucio lugar donde pasar la noche. Cada miembro de la sociedad compartirá la prosperidad y felicidad general, y si cae una helada, prácticamente nadie estará peor.

Por el otro lado, el Socialismo por sí mismo será valioso simplemente porque conducirá al Individualismo.

El Socialismo, el Comunismo, o como uno quiera llamarlo, al convertir la propiedad privada en riqueza pública, y al reemplazar la competencia por la cooperación, restituirá a la sociedad su condición de organismo sano, y asegurará el bienestar material de cada miembro de la comunidad. Dará a la Vida una base y un medio adecuados. Pero algo más se necesita para que la Vida en su desarrollo completo, logre su más alta forma de perfección. Se necesita el Individualismo. Si el Socialismo es Autoritario; si hay Gobiernos armados de poder económico, como lo están ahora de poder político; si, en una palabra, llegamos a Tiranías Industriales, entonces la condición del hombre sería peor que la actual. Mucha gente, en el presente, a raíz de la existencia de propiedad privada, puede desarrollar un muy limitado Individualismo. Son los que no necesitan trabajar para vivir, o pueden elegir la esfera de actividad que realmente se aviene a su personalidad y les brinda placer. Son los poetas, los filósofos, los hombres de ciencia; en una palabra, los hombres auténticos, los hombres que se han realizado, y con los que la Humanidad entera logra una parcial realización. Hay en cambio mucha gente que, sin propiedad privada y estando siempre al borde del hambre, se ve obligada a hacer el trabajo de bestias de carga, tareas que nada tienen que ver con ellos y a las cuales se ven forzados por la perentoria, irracional, degradante tiranía de la necesidad. Estos son los pobres; no hay gracia en sus maneras ni en sus palabras, ni educación, cultura o refinamiento en sus placeres, ni gozo por la vida. La Humanidad se beneficia en prosperidad material, con el aporte de su fuerza colectiva. Pero solamente el aspecto material es el que se beneficia; y el hombre que es pobre, en sí mismo no tiene absolutamente ninguna importancia. Es meramente el átomo infinitesimal de una fuerza que, en lugar de tomarlo en cuenta, lo destroza; en realidad, lo prefiere destrozado, ya que de esta forma es mucho más obediente.

Podrá decirse, por supuesto, que el Individualismo generado bajo las condiciones de la propiedad privada no es siempre, o por lo general, bueno ni maravilloso, y que si bien los pobres no tienen cultura ni encanto, tienen sin embargo muchas virtudes. Estas dos afirmaciones serían perfectamente ciertas. La posesión de propiedad privada resulta a menudo extremadamente desmoralizadora y ésta es por supuesto, una de las razones por las cuales el Socialismo quiere librarse de esta institución. En realidad, la propiedad resulta un estorbo. Años atrás hubo gente que recorría el país afirmando que la propiedad genera obligaciones; la proclamaban tanto y en forma tan tediosa que, al final, la Iglesia comenzó a decirlo a su vez. Se escucha ahora desde cada púlpito. Es perfectamente cierto. La propiedad tiene obligaciones y tiene tantas, que poseer propiedades resulta una carga. Genera constantes reclamaciones, interminable atención a los negocios, perpetuos malestares. Si la propiedad sólo ofreciera placeres, la podríamos soportar; pero sus obligaciones la hacen insoportable. En el propio interés de los ricos, debemos desembarazarnos de ella. Las virtudes de los pobres pueden reconocerse fácilmente, y mucho deben lamentarse. Con frecuencia se nos dice que los pobres están agradecidos a la beneficencia. Algunos de ellos lo están, sin duda, pero los mejores entre los pobres nunca están agradecidos. Están descontentos, desagradecidos, son desobedientes y rebeldes. y tienen mucha razón de sentirse así. Sienten que la caridad es un modo ridículamente inadecuado de restitución parcial, o una limosna sentimental, acompañada habitualmente por un impertinente intento por parte del sentimentalista de tiranizar sus vidas privadas. ¿Por qué sentir agradecimiento por las migajas que caen de la mesa del rico? Debieran estar sentados compartiendo la mesa, y lo están empezando a saber. Y en cuanto a estar descontentos, un hombre que no lo estuviera en ese medio y llevando tan baja forma de vida, sería un perfecto bruto. La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado, a través de la desobediencia y a través de la rebelión. Algunas veces se alaba a los pobres por ser ahorrativos. Pero recomendar el ahorro a un pobre es a la vez grotesco e insultante. Es como recomendar a un hombre que se está muriendo de hambre, que coma menos. Sería absolutamente inmoral que un trabajador del campo o de la ciudad practique la frugalidad. El hombre no debiera estar dispuesto a demostrar que puede vivir como un animal mal alimentado. Debiera negarse a vivir así, y robar o pedir ayuda pública, cosa que muchos consideran una forma de robo. En cuanto a la mendicidad, es más seguro pedir que tomar; pero es más grato tomar que pedir. No: aquel pobre que es desagradecido, que no es ahorrativo, que está descontento y en rebeldía, ese hombre probablemente tiene una verdadera personalidad, y tiene mucho dentro suyo. De cualquier forma, representa una protesta saludable. En cuanto a los pobres virtuosos, uno bien puede sentir lástima de ellos, sin duda, pero no se les puede admirar. Han llegado a un acuerdo privado con el enemigo, y vendido su derecho de nacimiento por un mal plato de comida. También tienen que ser enormemente estúpidos. Puedo comprender a aquel hombre que acepta las leyes que protegen la propiedad privada, admitiendo que ésta se acumule, en tanto él mismo, bajo estas circunstancias, esté en condiciones de realizar alguna forma de vida hermosa e intelectual. Pero no puedo comprender que aquel a quien esas leyes destrozan y hacen horrible la vida, pueda estar de acuerdo con que las mismas continúen.

No es difícil, sin embargo, encontrar la explicación a esto. Es simplemente que la miseria y la pobreza son tan absolutamente degradantes, y ejercen un efecto tan paralizante sobre la naturaleza humana, que ninguna clase tiene realmente conciencia de su propio sufrimiento. Debe decírselo otra gente, y con frecuencia son absolutamente incrédulos. Lo que dicen los patrones acerca de los agitadores es incuestionablemente cierto. Los agitadores son un conjunto de personas que interfiere, que perturba, que llega a una clase perfectamente contenta de la comunidad y siembra en ella la semilla del descontento. Es por esta razón que los agitadores son tan absolutamente necesarios. Sin ellos, en el estado incompleto en que nos hallamos, no se produciría adelanto alguno hacia la civilización. La esclavitud se abolió en Norteamérica, pero no como consecuencia de la acción de los propios esclavos, o por algún expreso deseo de su parte para que se los libere. El sistema fue abolido como resultado de la acción abiertamente ilegal de algunos agitadores, en Boston y en otras partes, que no eran esclavos, ni propietarios ellos mismos de esclavos, ni tenían realmente nada que ver con la cuestión. Fueron, indudablemente, los Abolicionistas los que encendieron la llama de la antorcha, los que comenzaron todo. Y es curioso notar que, de los mismos esclavos, no recibieron solamente muy poca colaboración sino ni siquiera alguna comprensión; y cuando, al terminar la guerra, los esclavos se vieron libres, se encontraron tan absolutamente libres que estaban libres para morir de hambre y muchos de ellos amargamente lamentaron el nuevo estado de cosas. Para el pensador, el hecho más trágico de toda la Revolución Francesa no es que María Antonieta muriera por ser una reina, sino que el campesino hambriento de la Vendée voluntariamente saliera a morir por la horrible causa del feudalismo.

Queda claro, entonces, que ningún sistema de Socialismo Autoritario servirá. Pues mientras bajo el actual sistema bastante gente puede vivir con una cierta cantidad de libertad y expresión y felicidad, bajo un sistema industrial cuartelario, o bajo un sistema de tiranía económica, nadie tendría esa libertad. Debe lamentarse que una parte de nuestra comunidad viva prácticamente en la esclavitud, pero es infantil proponer que se resuelva el problema con la esclavitud de toda la comunidad. Cada hombre debiera ser libre para escoger el propio trabajo. No debiera ejercerse sobre él ninguna compulsión. Existiendo compulsión, el trabajo no será bueno para él, no será bueno en si mismo, y no será bueno para los demás. y por trabajo me refiero simplemente a cualquier tipo de actividad.

Me cuesta pensar que, hoy en día, un Socialista proponga seriamente que un inspector visite todas las mañanas cada casa para controlar que cada ciudadano se levante y haga un trabajo manual por espacio de ocho horas. La Humanidad ha ido más allá de esa etapa y reserva tal forma de vida para la gente a quienes, en una forma muy arbitraria, elige llamar criminales. Pero confieso que muchos de los puntos de vista socialistas con los que me he encontrado, parecen estar manchados por ideas de autoritarismo, cuando no de cruel compulsión. Por supuesto, autoridad y compulsión, quedan fuera de toda cuestión. Toda asociación debe ser voluntaria. Es únicamente en asociaciones voluntarias que el hombre puede sentirse realmente bien.

Podrá preguntárseme cómo es que el Individualismo, que prácticamente depende de la existencia de la propiedad privada para su desenvolvimiento, pudiera beneficiarse con la abolición de la misma. La respuesta es muy simple. Es verdad que, en las condiciones actuales, algunos hombres con medios privados propios, tales como Byron, Shelley, Browning, Víctor Hugo, Baudelaire y otros, han podido, en forma más o menos completa, realizar sus personalidades. Ninguno de estos hombres dio un solo día de su trabajo por un salario. Pudieron librarse de la pobreza. Tenían con ello una enorme ventaja. La cuestión es decidir si el Individualismo se beneficiaría con la supresión de dicha ventaja. Supongamos que no existe esa ventaja. ¿Qué le sucede entonces al Individualismo? ¿Cómo se beneficiará?

El beneficio será éste. Bajo las nuevas condiciones, el Individualismo será mucho más libre, más bello y más intenso que ahora. No estoy hablando del gran Individualismo imaginativamente realizado por poetas tales como los que he mencionado, sino del gran Individualismo real, latente y potencial del género humano en general. Pues el reconocimiento de la propiedad privada ha dañado realmente al Individualismo, y lo ha oscurecido, confundiendo al hombre con lo que él posee. Ha desviado totalmente al Individualismo. Ha hecho su finalidad de las ganancias, y no del desarrollo. De manera que el hombre creyó que lo importante es tener, y no supo que lo importante es ser. La verdadera perfección del hombre reside, no en lo que el hombre tiene sino en lo que el hombre es. La propiedad privada ha destrozado el verdadero Individualismo, y establecido un Individualismo que es falso. Ha prohibido a una parte de la comunidad alcanzar su individualidad, haciéndola morir de hambre. Ha prohibido a la otra parte de la comunidad llegar al Individualismo, colocándola sobre un camino erróneo y poniéndole obstáculos. En realidad, la personalidad del hombre ha sido tan completamente absorbida por sus posesiones que la ley inglesa trata las ofensas contra la propiedad de un hombre con mucha más severidad que las ofensas contra su persona, y la propiedad es todavía la prueba distintiva de completo derecho cívico. También muy desmoralizadora es la industria necesaria para hacer dinero. En una comunidad como la nuestra, donde la propiedad confiere inmensa distinción, posición social, honor, respeto, títulos y otras agradables cosas semejantes, el hombre que es naturalmente ambicioso, hace suya la meta de acumular esta propiedad, y sigue tediosamente acumulándola largo tiempo después de haber conseguido mucho más de lo que desea, o puede usar, o gozar, o quizás aún conocer. El hombre se matará trabajando a fin de asegurarse propiedades y, verdaderamente, considerando las enormes ventajas que trae la propiedad, uno no puede sorprenderse. Lo que uno puede lamentar es que la sociedad esté construida sobre bases tales que el hombre se vea encasillado sin poder desarrollar libremente todo lo maravilloso, fascinante y exquisito que hay dentro suyo; con lo cual, en verdad, pierde el verdadero placer y alegría de vivir. Se encuentra también muy inseguro bajo las condiciones existentes. Un comerciante rico puede estar -a menudo lo está- en cada momento de su vida a merced de las cosas que no quedan bajo su control. Si el viento sopla demasiado, o si el tiempo cambia de repente, o si sucede algo trivial, su barco se puede hundir, sus especulaciones pueden fallar, y se convierte en un hombre pobre, con una posición social que se le fue. Nada debiera poder dañar a un hombre más que él mismo. Lo que un hombre tiene realmente, es lo que está dentro suyo. Lo que está afuera no debiera tener importancia.

Con la abolición de la propiedad privada tendremos, entonces, un verdadero, hermoso, sano Individualismo. Nadie perderá su vida en acumular cosas y los símbolos para las cosas. Se vivirá. Vivir es la cosa menos frecuente en el mundo. La mayoría de la gente existe, eso es todo.

Podemos preguntamos si hemos tenido alguna vez la oportunidad de ver la expresión completa de una personalidad, excepto en el plano imaginativo del arte. En la acción, no lo hemos visto nunca. César, dice Mommsen, era el hombre completo y perfecto. Pero, ¡qué trágicamente inseguro era César! Siempre que exista un hombre ejerciendo autoridad, existe un hombre que resiste la autoridad. César era muy perfecto, pero su perfección transitaba por un camino demasiado peligroso. Marco Aurelio era el hombre perfecto, dice Renan. Sí, el gran emperador era un hombre perfecto. ¡Pero qué intolerables eran las interminables reclamaciones sobre él! Se tambaleaba bajo la carga del imperio. Estaba consciente de lo inadecuado que era que un hombre soportara el peso de ese Titán y de ese orbe demasiado vasto. Lo que quiero significar por hombre perfecto es alguien que se desarrolla bajo condiciones perfectas; alguien que no está herido, o preocupado, o mutilado, o en peligro. La mayor parte de las personalidades se vieron obligadas a ser rebeldes. La mitad de sus fuerzas se perdió en la lucha. La personalidad de Byron se desgastó terriblemente en su batalla contra la estupidez, la hipocresía y el Filisteísmo de los ingleses. Tales batallas no siempre intensifican la fuerza; a menudo aumentan la debilidad. Byron nunca pudo darnos lo que hubiera podido darnos. Shelley escapó mejor. Como Byron, se fue de Inglaterra lo antes que pudo. Si los ingleses se hubiesen dado cuenta qué gran poeta era en realidad, hubiesen caído sobre él con dientes y uñas, haciéndole la vida insoportable. Pero como no fue una figura destacada en sociedad, hasta cierto punto pudo escapar. Hasta en Shelley la señal de rebelión es aún a veces demasiado fuerte. La característica de la personalidad perfecta no es de rebelión sino de paz.

Será maravilloso ver la verdadera personalidad del hombre. Se desarrollará natural y simplemente, como crece una flor o un árbol. No estará en discordia. Nunca argumentará ni disputará. No tendrá que demostrar cosas. Lo sabrá todo, y sin embargo, no se preocupará por el conocimiento. Tendrá sabiduría. Su valor no se medirá con cosas materiales. No tendrá nada. y sin embargo, tendrá todo y aunque se le saque, siempre le quedará, tan rico será. No estará siempre entrometiéndose con los demás, o pidiéndoles que sean como él. Los amará por ser diferentes. Y si bien no se entrometerá en la vida de los demás, los ayudará a todos, de la misma forma que una cosa hermosa nos ayuda, por ser lo que es. La personalidad del hombre será verdaderamente maravillosa. Será tan maravillosa como la personalidad de un niño.

En su desarrollo se podrá apoyar en el Cristianismo, si así lo deseara; pero si no fuera ése el deseo de los hombres, seguramente se desarrollará lo mismo. Pues no se preocupará por el pasado, ni se preocupará de si las cosas sucedieron o no sucedieron. No admitirá más leyes que las propias, ni otra autoridad que su propia autoridad. Pero amará a aquellos que busquen intensificarla y hablará a menudo de ellos. Cristo fue uno de ellos. ¡Conócete a ti mismo!, era la inscripción que se leía en el portal del mundo antiguo. Sobre el portal del nuevo mundo la inscripción será Sé tú mismo. Y el mensaje de Cristo al hombre fue simplemente Sé tú mismo. Ese es el secreto de Cristo.

Cuando Cristo habla de los pobres, simplemente se refiere a las personalidades, así como cuando habla de los ricos, simplemente se refiere a aquellos que no han desarrollado su personalidad. Jesús se movía en una comunidad que permitía la acumulación de propiedad privada, tal como lo hace la nuestra, y el evangelio que él predicaba no decía que fuese una ventaja para el hombre en una comunidad tal vivir mal alimentado, vestir harapos, dormir en viviendas horrendas y malsanas, ni que fuese una desventaja para el hombre vivir en condiciones decentes, agradables y sanas. Tal punto de vista hubiese sido equivocado para aquel lugar y en aquel entonces, pero naturalmente estaría mucho más equivocado aplicado a este tiempo y a Inglaterra; pues a medida que el hombre avanza, sus necesidades materiales adquieren mayor importancia vital, y nuestra sociedad es infinitamente más compleja y despliega extremos de lujo y pobreza mucho mayores que los que existían en cualquier sociedad del mundo antiguo. Lo que Jesús quiso decir era esto. Le dijo al hombre: Tienes una magnífica personalidad. Desarróllala. Sé tú mismo. No imagines que tu perfección resida en acumular o poseer cosas externas. Tu afecto está dentro tuyo. Si solamente te dieras cuenta de esto, no querrías ser rico. Las riquezas ordinarias le pueden ser robadas a un hombre. Las verdaderas riquezas, no. En el tesoro de tu alma hay cosas infinitamente preciosas, que no te pueden quitar. Trata entonces de modelar tu vida en forma tal que las cosas externas no te dañen. Y trata también de librarte de la propiedad privada. Implica sórdida preocupación, infinito trabajo, continuo mal. La propiedad personal, obstaculiza a cada paso al Individualismo. Debe notarse que Jesús nunca dice que la gente pobre sea necesariamente buena, ni que la gente adinerada sea necesariamente mala. La gente adinerada, como clase, es mejor que la gente pobre, más moral, más intelectual, con mejores maneras. Existe solamente una clase dentro de la comunidad que piensa más sobre el dinero que los ricos, y es la de los pobres. Los pobres no pueden pensar en nada más. Esa es la miseria de ser pobre. Lo que Jesús sí dice es que el hombre llega a su perfección, no a través de lo que tiene, ni aún a través de lo que hace, sino exclusivamente por lo que es. Y así el joven rico que llega hasta Jesús está representado como un buen ciudadano que ha cumplido con las leyes de su Estado y los mandamientos de su religión. Es bien respetable, en el sentido ordinario de esa extraordinaria palabra. Jesús le dice: Debieras desprenderte de la propiedad privada. Te impide darte cuenta de tu perfección. Es una traba sobre ti, una carga. Tu personalidad no la necesita. Es dentro tuyo y no fuera donde encontrarás lo que realmente eres, y lo que realmente quieres. A sus propios amigos les dice lo mismo. Les dice que sean ellos mismos, y que no estén siempre preocupados por otras cosas. ¿Qué importan las otras cosas? El hombre es completo por sí mismo. Cuando entren en el mundo, el mundo estará en desacuerdo. Eso es inevitable. El mundo odia el Individualismo. Pero eso no les deberá preocupar. Deberán tener calma y centrarse en sí mismos. Si un hombre toma su abrigo, deberán darle su saco, para demostrarle que las cosas materiales no tienen importancia. Si la gente se abusa, no se le deberá responder en la misma forma. ¿Qué significa esto? Las cosas que la gente diga de un hombre no lo alteran. Es lo que es. La opinión pública no tiene valor. Aún si la gente utiliza la violencia, no deberá por eso responder con violencia. Eso significaría caer en el mismo bajo nivel. Después de todo, aún en prisión, el hombre puede ser bastante libre. Su alma puede ser libre. Su personalidad puede no alterarse. Puede estar en paz. Y, sobre todas las cosas, no deberá interferir la vida de los demás, ni de ninguna manera juzgarlos. La personalidad es algo muy misterioso. Un hombre no puede ser siempre estimado por lo que hace. Un hombre puede observar las leyes y sin embargo carecer por completo de valor. Puede transgredir la ley, y sin embargo ser bueno. Puede ser malo, sin haber hecho nunca algo malo. Puede cometer un pecado contra la sociedad, y sin embargo realizar a través de ese pecado su verdadera perfección.

Notas

(1) Barrio proletario de Londres.

Capítulo II

Hubo una mujer que cometió adulterio. No se nos cuenta la historia de su amor, pero ese amor debió haber sido muy grande; puesto que Jesús dijo que se le habían perdonado sus pecados, no porque se arrepintiera, sino porque su amor había sido tan intenso y maravilloso. Más adelante, poco antes de su muerte, mientras estaba sentado en una comida, la mujer entró y derramó costosos perfumes sobre los cabellos de Jesús. Sus amigos trataron de interferir diciendo que era una extravagancia, y que el dinero que los perfumes costaban debiera haberse gastado en dar alivio a los necesitados, o algo semejante. Jesús no aceptó ese punto de vista. Señaló que las necesidades materiales del Hombre eran grandes y muy permanentes, pero que las necesidades espirituales eran mayores aún y que, en un momento divino, una personalidad podía llegar a su perfección. El mundo reverencia aún hoy a esta mujer como una santa.

Sí, existen cosas sugestivas en el Individualismo. El Socialismo termina por completo con la vida familiar, por ejemplo. Con la abolición de la propiedad privada, el casamiento en su forma actual debe desaparecer. Esto forma parte del programa. El Individualismo acepta esto y lo ennoblece. Convierte la abolición de la restricción legal en una forma de libertad que ayudará al total desarrollo de la personalidad y convierte el amor entre el hombre y la mujer en algo más maravilloso, más hermoso y más ennoblecedor. Jesús sabía esto. Rechazó los reclamos de la vida familiar, aunque existían en su tiempo y en su comunidad en forma muy marcada. ¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos?, decía cuando se le anunciaba que ellos querían hablarle. Cuando uno de sus discípulos pidió permiso para enterrar a su padre, su terrible respuesta fue: Dejad que los muertos entierren a los muertos. No permitía absolutamente ningún reclamo sobre la personalidad.

Y así sólo lleva una vida a imagen de la de Cristo, aquel que se mantiene perfecta y absolutamente él mismo. Puede ser un gran poeta, o un gran hombre de ciencia, o un joven estudiante de la Universidad, o alguien que cuida ovejas en la pradera; o un creador de dramas, como Shakespeare, o un pensador sobre Dios, como Spinoza; o un niño que juega en un jardín, o un pescador que arroja la red al mar. No importa lo que es, mientras realice la perfección del alma dentro suyo. Toda imitación en la moral y en la vida está mal. A través de las calles de Jerusalén se arrastra hoy un loco que lleva una cruz de madera sobre sus espaldas. Es un símbolo de las vidas arruinadas por la imitación. El padre Damien actuó a imagen de Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, porque en ese servicio pudo realizar lo que mejor había dentro suyo. Pero igual fue Wagner, cuando expresó su alma en la música; o Shelley al expresar su alma en la poesía. No existe un tipo único de hombre. Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos. y mientras un hombre puede atender los reclamos de la caridad y ser libre, no lo seguirá siendo si se somete a las exigencias del conformismo.

A través del Socialismo se podrá llegar, pues al Individualismo. Como resultado natural, el Estado debe dejar de lado toda idea de gobierno. Debe dejarlo de lado pues, como dijo un sabio muchos siglos antes de Cristo, puede existir la humanidad por sí sola, pero no puede existir un gobierno para la humanidad. Todas las formas de gobierno fracasan. El despotismo es injusto con todos, incluso con el déspota que probablemente fue hecho para cosas mejores. Las oligarquías son injustas con las mayorías y las oclocracias con las minorías. Se pusieron ideales en la democracia: pero la democracia significa solamente el aporreamiento del pueblo por el pueblo, para el pueblo. Ya se ha podido comprobar. Debo decir que era hora, pues toda autoridad es bien degradante. Degrada a quien la ejerce ya aquellos sobre quienes se ejerce. Cuando se aplica violenta, grosera y cruelmente, produce un buen efecto creando y fomentando el espíritu de la rebeldía y del Individualismo, que acabará por terminar con ella. Cuando se aplica con una cierta dosis de bondad y está acompañada de premios y recompensas, es tremendamente desmoralizadora. En ese caso, la gente está menos consciente de la horrible presión que se ejerce sobre ella y de esta forma atraviesa la vida en medio de un tosco confort, como animales domésticos, sin darse cuenta jamás de que probablemente están pensando los pensamientos de otras gentes, viviendo de acuerdo a los standards de otras gentes, usando lo que prácticamente podría llamarse ropa de segunda mano, y nunca siendo ellos mismos, ni por un solo momento. Aquél que fuere libre, dice un gran pensador, no debe conformarse. Y la autoridad, al sobornar a la gente, crea un tosco tipo de barbarismo sobrealimentado entre nosotros.

Junto con la autoridad, desaparecerá el castigo. Esto representará un gran beneficio; un beneficio de incalculable valor. A medida que se lee la historia, y no en las versiones expurgadas escritas para escolares y transeúntes, sino la de autoridades originales de cada época, uno se siente enfermo, no por los crímenes cometidos por los malvados, sino por los castigos infligidos por los buenos; y una comunidad se embrutece infinitamente más con el empleo habitual de castigo que con el crimen ocasional. Resulta obvio que cuantos más castigos se infligen más crímenes se producen, y la legislación más moderna así lo reconoce, y se ha propuesto disminuir lo más posible el castigo. y donde éste ha podido realmente disminuirse, los resultados han sido extremadamente buenos. Cuanto menos castigo, menos crimen. Allí donde no exista castigo, el crimen dejará de existir, o si ocurre será tratado por los médicos como una forma lamentable de demencia que será curada con cuidados y bondad. Pues aquellos a quienes se llama criminales hoy día, de ninguna manera lo son. El hombre, y no el pecado, es el padre del crimen moderno. Esa es, en realidad, la razón por la que nuestros criminales son, como clase, tan absolutamente poco interesantes desde el punto de vista psicológico. No son ni los maravillosos Macbeths ni los terribles Vautrins. Son simplemente lo que sería la gente ordinaria, respetable y común si no hubiese tenido bastante para comer. Cuando quede abolida la propiedad privada, no habrá necesidad del crimen, nadie se interesará por él; dejará de existir. Por supuesto, no todos los crímenes son crímenes contra la propiedad, aunque esos sean los crímenes que la ley inglesa, valorando más lo que el hombre tiene que lo que el hombre es, castiga con la más tremenda y horrible severidad (si exceptuamos el crimen del asesinato, y consideramos a la muerte como peor que la servidumbre penal, punto sobre el cual entiendo que nuestros criminales discrepan). Pero aunque un crimen pueda no ser contra la propiedad, puede surgir de la miseria, la rabia y la depresión producidas por nuestro equivocado sistema de tenencia de propiedad, de modo que cuando el sistema quede abolido, desaparecerá. Cuando cada miembro de la comunidad tenga lo necesario para sus necesidades y su vecino no interfiera en su vida, no tendrá ningún interés en interferir en la vida de los demás. Los celos, que son una extraordinaria fuente de crimen en la vida moderna, son una emoción estrechamente ligada a nuestra concepción de la propiedad que, bajo el Socialismo y el Individualismo, desaparecerá. Es notable comprobar que en tribus de tipo comunitario, los celos son enteramente desconocidos.

Ahora bien, si el Estado no va a gobernar, uno se puede peguntar qué es lo que irá a hacer. El Estado deberá ser el voluntario fabricante y distribuidor de los bienes necesarios. El Estado deberá hacer lo que es útil. El individuo deberá hacer lo que es hermoso. Y como he mencionado la palabra trabajo, no puedo dejar de decir que se escriben y se dicen actualmente muchas tonterías sobre la dignidad del trabajo manual. No hay nada necesariamente significativo en la tarea manual, y la mayor parte de la misma es absolutamente degradante. Es mental y moralmente ofensivo para el hombre hacer algo en lo que no encuentra placer, y muchas formas de actividad no brindan absolutamente ningún placer. Barrer una plazoleta enfangada durante ocho horas al día cuando sopla el viento este, es una actividad repulsiva. Barrerla con dignidad mental, moral o física me parece algo imposible. Barrerla con alegría me parecería sobrecogedor. El hombre se hizo para algo mejor que para remover la suciedad. Todo trabajo de ese tipo debiera efectuarse con máquinas.

Y no tengo dudas que se hará. Hasta este momento el hombre ha sido, hasta cierto punto, el esclavo de la máquina, y hay algo trágico en el hecho de que tan pronto un hombre inventó una máquina para que realice su trabajo, él comienza a pasar hambre. Naturalmente, este es el resultado de nuestro sistema de propiedad y nuestro sistema de competencia. Un hombre posee la máquina que hace el trabajo de quinientos hombres. Quinientos hombres son, por consiguiente, echados de su trabajo, y sin trabajo sufren hambre y se dedican a robar. Un hombre se asegura el producto de la máquina y la mantiene, y tiene quinientas veces más de lo que debiera tener y probablemente, aunque no tenga realmente importancia, mucho más de lo que él puede necesitar. Si esa máquina perteneciera a todos, todos se beneficiarían con ella. Proporcionaría una enorme ventaja a la comunidad. Todo trabajo no intelectual, toda tarea monótona, aburrida, toda tarea relacionada con cosas feas que implique condiciones desagradables, debiera hacerse con máquinas. Las máquinas debieran trabajar por nosotros en las minas de carbón, encargarse de los servicios sanitarios, encargarse del fogueo en los barcos, limpiar las calles, llevar mensajes en días de lluvia, y hacer cualquier cosa tediosa o deprimente. En la actualidad, la máquina compite con el hombre. Bajo condiciones favorables, la máquina servirá al hombre. No existe ninguna duda de que éste es el futuro de la máquina, y así como los árboles crecen mientras el campesino duerme, de la misma manera, las máquinas se encargarán de todo el trabajo necesario y desagradable mientras la Humanidad se divierte, o goza con un descanso cultivado -que ésa es la finalidad del hombre, y no la tarea-, o haciendo hermosas cosas, o leyéndolas, o simplemente contemplando el mundo con admiración y delicia. El hecho es que la civilización reclama esclavos. Los griegos tenían mucha razón en eso. Si no existen esclavos para hacer el trabajo desagradable, horrible, no interesante, la cultura y la contemplación se hacen casi imposibles. La esclavitud humana es insegura y desmoralizadora. El futuro del mundo depende de la esclavitud mecánica, de la esclavitud de la máquina. Y cuando los científicos no deban ir al deprimente East End a distribuir un mal cacao y peores mantas a gente hambrienta, gozarán de un delicioso descanso en el cual podrán crear cosas maravillosas para su propio gozo y para el de todos los demás. Existirán grandes depósitos de energía en todas las ciudades y si se necesitara, para cada casa, y esta energía el hombre la convertirá en calor, luz o movimiento, de acuerdo a sus necesidades. ¿Es esto utópico? Un mapa del mundo que no incluya Utopía no merece ni mirarse pues deja fuera el país en el que la Humanidad está siempre desembarcando. Y al desembarcar allí la Humanidad y ver un país mejor, vuelve a poner proa hacia ella. El progreso es la realización de las utopías.

Capítulo III

Ahora bien, he dicho que la comunidad, por medio de la organización de maquinarias, abastecerá las cosas útiles, y que las cosas hermosas las hará el individuo. Esto no solamente es necesario sino que es la única forma posible por la que podemos conseguir lo uno y lo otro. Un individuo que debe hacer cosas para uso de otros, atendiendo las necesidades y los deseos de los demás, no trabaja con interés, y por consiguiente no puede poner en su trabajo lo que hay mejor dentro suyo. Por otra parte, cuando una comunidad o una importante parte de una comunidad, o un gobierno de cualquier tipo, trata de dictar al artista lo que debe hacer, el Arte, o desaparece totalmente, o se estereotipa, o se degenera en una forma baja e innoble de artesanía. Una obra de arte es el resultado único de un temperamento único. Su belleza es la consecuencia de que el autor sea lo que es. No tiene nada que ver con lo que otra gente pueda querer. En realidad, en el momento en que el artista se da cuenta de lo que quiere la otra gente, y trata de satisfacer la demanda, deja de ser un artista y se convierte en un artesano, aburrido o divertido, un comerciante honesto o deshonesto. No tiene derecho a exigir que se lo considere un artista. El arte es la forma más intensa de Individualismo que el mundo ha conocido. Me inclino a decir que es la única forma real de Individualismo que el mundo ha conocido. El crimen, que bajo ciertas condiciones puede parecer como creador de Individualismo, debe tomar conocimiento de otra gente y relacionarse con ella. Pertenece a la esfera de la acción. Pero el artista puede modelar una cosa hermosa; lo hace solo, sin tener en cuenta a sus vecinos y sin interferir con los demás; y si no hace su obra para su exclusivo placer, no es de ninguna manera un artista.

Y debe notarse que siendo el Arte esta forma intensa de Individualismo, el público trata de ejercer sobre él una autoridad que es tan inmoral como ridícula y tan corruptora como despreciable. No es toda su culpa. El público ha sido siempre, en todos los tiempos, mal educado. Constantemente se pide que el Arte sea popular para satisfacer su falta de gusto, para adular su absurda vanidad, para decirles lo que ya se les dijo antes, para mostrarles lo que debieran estar cansados de ver, para divertirlos cuando se sienten pesados después de haber comido demasiado, y para distraer sus pensamientos cuando están cansados de su propia estupidez. El Arte nunca debiera ser popular. Es el público quien debiera tratar de hacerse artístico. Existe entre esto una gran diferencia. Si a un hombre de ciencia se le dijese que los resultados de sus experiencias, y las conclusiones a las que llegare, no deben alterar los conocimientos populares sobre el tema, no deben molestar los prejuicios populares, o lastimar la sensibilidad de aquella gente que nada sabía sobre ciencia; si a un filósofo se le dijera que tiene todo el derecho de especular en las más altas esferas del pensamiento, siempre que llegue a las mismas conclusiones sostenidas por los que nunca pensaron en esfera alguna; bueno, actualmente al filósofo y al hombre de ciencia esto les haría mucha gracia. Sin embargo, hasta hace pocos años la filosofía y la ciencia estaban sometidas a un brutal control popular, en realidad, a la autoridad: autoridad, ya sea de la ignorancia general de la comunidad, o del terror y la avidez de poder de una clase eclesiástica o gubernamental. Por supuesto, nos hemos liberado en gran parte de cualquier tentativa de la comunidad, o de la Iglesia, o del Gobierno, de interferir con el individualismo del pensamiento especulativo, pero todavía subsiste el deseo de trabar el individualismo del arte imaginativo. En realidad, esta tentativa hace más que subsistir: es agresiva, ofensiva y brutalizadora.

En Inglaterra, las artes que han podido escapar más son aquellas por las que el público no muestra gran interés. La poesía es un ejemplo de lo que quiero decir. Hemos podido tener buena poesía en Inglaterra porque el público no la lee, y por lo tanto no la influye. Al público le gusta insultar a los poetas porque son individuales, pero una vez que los han insultado, los dejan en paz. En el caso de la novela y el teatro, artes por las cuales el público sí se interesa, el resultado del ejercicio de la autoridad popular ha sido absolutamente ridículo. Ningún país produce ficción tan mal escrita, trabajo tedioso y trivial en forma de novela, y piezas de teatro tan tontas y vulgares como en Inglaterra. Tiene necesariamente que ser así. El estándar popular es tal que ningún artista puede adaptarse a él. Es a la vez demasiado fácil y demasiado difícil ser un artista popular. Es demasiado fácil, porque los requisitos del público en materia de argumento, estilo, psicología, tratamiento de la vida y tratamiento de la literatura, están al alcance de la capacidad más elemental y la mente menos cultivada. Es demasiado difícil pues para llenar esos requisitos el artista debería violentar su temperamento, escribir no por el goce artístico que esto le brinda sino para el entretenimiento de gente semieducada, suprimir así su individualismo, olvidando su cultura, aniquilando su estilo, dejando de lado todo lo que es valioso en él. En el caso del teatro, la situación es algo mejor: el público que concurre al teatro gusta de lo obvio, es verdad, pero no le agrada lo tedioso; y la comedia burlesca y bufa, las dos formas más populares, son formas de carácter particular. Dentro de este género se pueden producir trabajos encantadores y en obras de este tipo se le concede al artista en Inglaterra gran libertad. Es al llegar a las formas más elevadas del drama cuando se ve el resultado del control popular. Lo que al público le disgusta es la novedad. Cualquier intento de ampliar el tema del arte resulta sumamente desagradable; y sin embargo, la vitalidad y el progreso del arte dependen en gran medida de su continua expansión. A la gente no le agrada la novedad porque le teme. Representa para ellos una forma de Individualismo, una demostración del artista de que es él quien elige su tema, y lo trata como le gusta. El público tiene perfecta razón en su actitud. Arte es Individualismo y el Individualismo es una fuerza perturbadora y desintegradora. Ese es su inmenso valor. Porque lo que trata de perturbar es la monotonía del género, la esclavitud de la costumbre, la tiranía del hábito, y la reducción del hombre al nivel de una máquina. En el Arte, el público acepta lo que se ha hecho ya, no porque lo aprecie sino porque no lo puede alterar. Tragan a sus clásicos, pero nunca los saborean. Los toleran como algo inevitable, y como no los pueden desfigurar, los proclaman. Es raro, o quizás no, de acuerdo a los puntos de vista que se tengan, pero esta aceptación de los clásicos hace mucho daño. La admiración sin crítica de la Biblia, o de Shakespeare en Inglaterra, es un ejemplo de lo que quiero decir. Con respecto a la Biblia, entra a incidir sobre este tema la autoridad eclesiástica, de manera que no me explayaré sobre el mismo.

Pero en el caso de Shakespeare, es bien obvio que el público realmente no percibe ni las bellezas ni los defectos de sus obras. Si vieran las bellezas, no objetarían el desarrollo del drama; y si vieran los defectos, tampoco objetarían el desarrollo del drama (1). Lo que sucede es que el público utiliza los clásicos de un país como medio de controlar los progresos del Arte. Degradan a los clásicos al convertirlos en autoridades. Los utilizan como garrotes para evitar la libre expresión de la Belleza en nuevas formas. Preguntan siempre al escritor por qué no escribe como otros, o a un pintor, por qué no pinta como otros, sin darse cuenta de que si alguno de ellos hiciera algo así dejaría de ser artista. Cualquier forma fresca de Belleza les resulta desagradable y cuando aparece se enojan y extrañan tanto, que utilizan siempre dos estúpidas expresiones: una es que la obra de arte es absolutamente incomprensible; la otra, que la obra de arte es absolutamente inmoral. Lo que quieren decir con estas palabras a mi parecer es lo siguiente: cuando dicen que una obra es absolutamente incomprensible, quieren decir que el artista ha dicho o hecho una cosa hermosa que es nueva; cuando describen una obra como absolutamente inmoral, quieren decir que el artista ha dicho o hecho una cosa hermosa que es verdadera. La primera expresión hace referencia al estilo; la segunda al tema. Pero, probablemente, usan palabras en forma vaga. Así como una muchedumbre utilizaría adoquines para apedrear. No existe un solo poeta auténtico, o escritor en prosa de este siglo, por ejemplo, a quienes el público inglés no haya solemnemente conferido diplomas de inmoralidad y estos diplomas, entre nosotros, prácticamente ocupan el lugar de lo que en Francia es el formal reconocimiento de una Academia de Letras y, afortunadamente, hacen que el establecimiento de una institución tal, sea completamente innecesario en Inglaterra. Por supuesto, el público utiliza esta palabra en forma temeraria. Podía esperarse que llamaran a Wordsworth un poeta inmoral. Wordsworth era un poeta. Pero que hayan llamado a Charles Kingsley novelista inmoral, es extraordinario. La prosa de Kingsley no era de muy buena calidad. Sin embargo, he ahí la palabra, y la utilizan en la mejor forma posible. Por supuesto, un artista no se altera por ello. El verdadero artista es el hombre que cree absolutamente en sí mismo, porque es absolutamente él mismo. Pero puedo imaginar que si un artista produjese en Inglaterra una obra de arte que inmediatamente de aparecer fuese reconocida por el público, a través de su medio que es la prensa pública, como trabajo inteligible y muy moral, empezaría seriamente a dudar si en su creación se habría mostrado realmente él mismo, y por lo tanto, si el trabajo fuera digno de él, o era de segundo orden, y no tenía ningún valor artístico.

Quizás me haya equivocado frente al público al limitarlo al empleo de palabras tales como inmoral, exótico, inteligible y malsano. Hay una palabra que utilizan y que es morboso. No la utilizan con frecuencia. El significado de la palabra es tan simple que tienen miedo de usarla. Sin embargo, a veces la emplean, y ocasionalmente uno se cruza con ella en los periódicos populares. Es por supuesto una palabra ridícula para usar con referencia a una obra de arte, pues ¿qué es lo morboso sino un estado de emoción o una forma de pensamiento que uno no puede expresar? El público es totalmente morboso, porque el público nunca puede encontrar expresión para nada. El artista nunca es morboso. Expresa todo. Está fuera de su tema y a través de una forma de expresión produce efectos incomparables y artísticos. Llamar a un artista morboso porque utiliza como tema la morbosidad es tan tonto como llamar a Shakespeare loco porque escribió El Rey Lear.

Finalmente, un artista en Inglaterra se beneficia cuando se le ataca. Se hace completamente él mismo. Por supuesto, los ataques son muy burdos, muy impertinentes y muy despreciables. De todas maneras, ningún artista espera gracia de la mente vulgar, o estilo en el intelecto suburbano. La vulgaridad y la estupidez son dos hechos muy vividos en la vida moderna. Naturalmente, uno los lamenta, pero allí están. Son temas de estudio, como todo lo demás. Y es justo declarar, con respecto a los modernos periodistas, que siempre se disculpan ante uno en privado por lo que han escrito contra uno en la prensa.

En los últimos años se han agregado otros dos adjetivos al muy limitado vocabulario de abuso del arte que está a disposición del público. Uno es la palabra malsano ; el otro, la palabra exótico. Esta última simplemente expresa la rabia del hongo efímero frente a la inmortal, fascinante y exquisitamente encantadora orquídea. Es un tributo, pero un tributo sin importancia. La palabra malsano admite, sin embargo, un análisis. Es una palabra bastante interesante. En realidad es tan interesante que la gente que la usa no sabe lo que significa.

¿ Qué significa, a qué se llama una obra de arte saludable, y a qué una obra de arte malsana? Todos los términos que se aplican a una obra de arte, siempre que se los aplique racionalmente hacen referencia a su estilo, a su tema, o a ambos. Desde el punto de vista del estilo, una obra de arte sana es aquella cuyo estilo aprecia la belleza del material que emplea, ya sea éste palabras o bronce, color o marfil, y emplea esta belleza para producir el efecto estético. Desde el punto de vista del tema, una obra de arte sana es aquella en la que la elección del tema está condicionada por el temperamento del artista y surge directamente de él. En fin, una obra de arte sana es aquella que tiene perfección y personalidad. Por supuesto, la forma y la substancia no pueden separarse en una obra de arte; forman una unidad. Pero con fines de análisis y dejando de lado por un momento la unidad de la impresión estética, intelectualmente podemos separarlas. Una obra de arte malsana, por otra parte, es una obra cuyo estilo es obvio, anticuado y común, y cuyo tema es elegido deliberadamente, no porque el artista encuentre placer en él, sino porque cree que el público se lo pagará. En realidad, la novela popular que el público llama sana es siempre un trabajo malsano, y lo que el público llama novela malsana es siempre una hermosa y saludable obra de arte.

De ninguna manera quiero decir que me estoy quejando de que el público y la prensa pública utilice mal estas palabras. No sabría cómo, con su falta de comprensión de lo que es Arte, pudieran utilizarlas en el sentido adecuado. Simplemente señalo su mal empleo; y en cuanto al origen de ese mal empleo y el significado que se esconde detrás de todo eso, la explicación es muy simple. Proviene de la bárbara concepción de autoridad. Proviene de la incapacidad natural de una comunidad corrompida por la autoridad, para comprender y apreciar el Individualismo. En una palabra, proviene de algo monstruoso e ignorante que se llama Opinión Pública, la cual, bien o mal intencionada como es cuando trata de controlar la acción, se hace infame y baja cuando trata de controlar el Pensamiento o el Arte.

En realidad, hay mucho más para decir a favor de la fuerza física del público que a favor de la Opinión Pública. La primera puede ser buena. La segunda es tonta. Con frecuencia se dice que la fuerza no es argumento. Eso sin embargo depende enteramente de lo que uno quiera probar. Muchos de los más importantes problemas de los últimos siglos, tales como la continuación del gobierno personal en Inglaterra o del Feudalismo en Francia, fueron enteramente resultado de la fuerza física. La misma violencia de una revolución puede hacer, por un momento, grande y espléndido al público. Fue un día fatal aquel en que el público descubrió que la pluma es más poderosa que el adoquín y puede hacerse tan ofensiva como un ladrillo. De inmediato buscaron al periodista, lo encontraron, lo desarrollaron e hicieron de él un industrioso y bien pagado sirviente. Es muy lamentable, para ambas partes. Detrás de la barricada puede haber mucha nobleza y heroísmo. Pero, ¿qué hay detrás del artículo de fondo sino prejuicio, estupidez, hipocresía y disparate? y cuando estos cuatro se unen constituyen una fuerza terrible y se transforman en la nueva autoridad.

Antiguamente existía la tortura. Ahora tienen la prensa. Ciertamente esto constituye un adelanto. Pero todavía el medio es malo, equivocado y desmoralizador. Alguien -¿fue Burke?- llamó al Periodismo el cuarto estado. Eso sin duda era cierto en ese momento. Pero en el presente es el único estado. Se ha comido a los otros tres. Los Señores Temporales no dicen nada, los Señores Espirituales no tienen nada que decir; y la Casa de los Comunes no tiene nada que decir y lo dice. Estamos dominados por el Periodismo. En Norteamérica, el Presidente reina por cuatro años, y el Periodismo gobierna por siempre jamás. Por suerte, en Norteamérica el Periodismo ha llevado su autoridad a los extremos más burdos y brutales y como consecuencia natural, ha comenzado a crear un espíritu de rebelión. A la gente le divierte, o le disgusta, de acuerdo a su temperamento. Pero ya no es más la fuerza que era. No se la considera seriamente. El Periodismo en Inglaterra, exceptuando algunos pocos ejemplos conocidos, como no ha sido llevado a tales extremos de brutalidad, es todavía un gran factor, un poder realmente importante. Considero verdaderamente extraordinaria la tiranía que se propone ejercer sobre las vidas privadas de la gente. El hecho es que el público tiene una curiosidad insaciable por conocer todo, excepto aquello que vale la pena conocer. El Periodismo, consciente de esto y con sus hábitos comerciales, satisface sus demandas. En siglos anteriores al nuestro, el público clavaba a los periodistas por las orejas en la picota. Eso era terrible. En este siglo, los periodistas han clavado sus propias orejas en los agujeros de la cerradura. Eso es aun peor. Y lo que agrava esta desgracia es que los periodistas más culpables no son los periodistas divertidos que escriben para los llamados periódicos de sociedad. El daño lo hacen los periodistas serios, reflexivos, sinceros, quienes solemnemente, como lo están haciendo actualmente, mostrarán ante los ojos del público algún incidente de la vida privada de un gran estadista, de algún líder del pensamiento político, ya que se trata de un creador de fuerza política, e invitan al público a discutir el incidente, a ejercer su autoridad sobre el asunto, dar su punto de vista, y no solamente dar su punto de vista sino también llevarlo a la acción, imponiendo sus ideas sobre otros puntos al hombre, a su partido, al país; en otras palabras, se hacen ridículos, ofensivos y dañinos. Las vidas privadas de los hombres y las mujeres no debieran contarse en público. El público no tiene absolutamente nada que ver con ellos.

En Francia las cosas se arreglan mejor. N o se permite que los detalles de los juicios por divorcio se publiquen para la diversión o la crítica del público. Todo lo que el público puede conocer es que se ha llevado a cabo un divorcio y que fue concedido a pedido de una, u otra, o ambas partes. En Francia, en realidad, se limita al periodista y se permite al artista casi perfecta libertad. Aquí otorgamos absoluta libertad al periodista y limitamos enteramente al artista. La opinión pública inglesa trata de constreñir y obstaculizar al hombre que hace cosas que son hermosas y obliga al periodista a detallar cosas que son feas, desagradables o asqueantes, de modo que tenemos los más serios periodistas del mundo y los periódicos más indecentes. No es exagerado hablar de compulsión. Posiblemente existan periodistas que encuentran placer en publicar cosas horribles, o quienes, siendo pobres, buscan escándalos como fuente permanente de ingresos. Pero existen otros periodistas, estoy seguro, hombres de educación y cultivados, a quienes realmente disgusta publicar estas cosas, que saben que está incorrecto hacerlo, y solamente lo hacen porque las condiciones malsanas en que ejercen su profesión les obligan a dar al público lo que el público demanda, y competir con otros periodistas significa proporcionar este material en la forma más completa y satisfactoria posible, para satisfacer el burdo apetito popular. Es una posición muy degradante para cualquier persona educada, y no me cabe duda que la mayoría de ellos lo siente intensamente.

Notas

(1) Aqui Oscar Wilde efectúa un juego de palabras intraducible en su doble sentido, ya que el vocablo inglés drama abarca tanto el concepto de cada obra teatral en particular como todo el género dramático en general.

Capítulo IV

Dejemos sin embargo lo que es realmente un aspecto muy sórdido del tema y volvamos a la cuestión del control popular del Arte, con lo que quiero decir la Opinión Popular dictando al artista la forma que debe usar, el modo de usarla y los materiales con los que deberá trabajar. He señalado que las artes que mejor han escapado en Inglaterra son aquéllas por las que el público no muestra interés. Se interesan, sin embargo, por el teatro, y como se ha logrado un cierto adelanto en el teatro en los últimos diez o quince años, es importante señalar que este avance se debe enteramente al hecho de que algunos pocos artistas individuales rechazaron aceptar como guía la falta de gusto del público, y se negaron a considerar el Arte como mera cuestión de oferta y demanda. Con su maravillosa y vívida personalidad, con un estilo que tiene en sí un verdadero elemento de color, con su extraordinario poder, no solamente sobre la mímica sino sobre la creación imaginativa e intelectual, si el solo objeto del señor lrving hubiese sido dar al público lo que éste quería, hubiese podido producir las obras más comunes en la forma más común, y obtener tanto éxito y dinero como cualquier hombre hubiese podido desear. Pero su objetivo no era ése. Su objetivo era realizar su propia perfección como artista, bajo ciertas condiciones y con ciertas formas del Arte. Al principio gustó a unos pocos; ahora ha educado a una mayoría. Ha creado en el público gusto y temperamento. El público aprecia inmensamente su éxito artístico. Me pregunto a menudo si el público comprende que su éxito se debe enteramente a que el no aceptó su criterio, sino a que siguió el suyo propio. De haber seguido el criterio del público, el Lyceum hubiese sido una barraca de segunda categoría, como son algunos de los teatros de Londres actualmente. Lo comprendan o no, es un hecho sin embargo que el gusto y el temperamento fueron creados hasta cierto punto en el público y que el público es capaz de desarrollar estas cualidades. El problema reside entonces en saber por qué el público no se educa y refina más. Si tienen la capacidad de hacerlo, ¿qué los detiene?

Lo que los detiene, debe decirse nuevamente, es su deseo de ejercer autoridad sobre los artistas y sobre las obras de arte. Hay ciertos teatros, como el Lyceum y el Haymarket, a donde el público parece concurrir con la disposición apropiada. En estos dos teatros ha habido artistas individuales que han logrado crear entre sus audiencias -y cada teatro en Londres tiene su propia audiencia- el temperamento necesario para apreciar el arte. ¿ Cuál es este temperamento? Es el temperamento de la receptividad. Eso es todo.

Si un hombre se aproxima a una obra de arte con el deseo de ejercer autoridad sobre ella y sobre el artista, se aproxima con una disposición tal que ya no puede recibir ninguna impresión artística de la misma. La obra de arte debe dominar al espectador y no el espectador a la obra de arte. El espectador debe ser receptivo. Debe ser el violín con el que ejecutará el maestro. Cuanto más absolutamente suprima sus necias opiniones, sus tontos prejuicios y sus absurdas ideas sobre lo que debiera o no ser el Arte, mejor comprenderá y apreciará la obra de arte en cuestión. Esto resulta obvio en el caso del público vulgar de hombres y mujeres, de Inglaterra, que concurren al teatro. Pero es igualmente cierto cuando se aplica a la llamada gente educada. Pues las ideas que la gente educada tiene sobre el arte provienen naturalmente de lo que el Arte ha sido, mientras que la obra de arte nueva es hermosa por ser lo que el Arte nunca ha sido; y medirla con las pautas del pasado es medirla con una pauta que debe ser rechazada para poder valorar la real perfección de la obra. Aquel temperamento que es capaz de recibir, a través de la imaginación y bajo circunstancias imaginativas, nuevas y hermosas impresiones, es el único temperamento capaz de apreciar una obra de arte. Y cierta como es esta afirmación en el caso de una escultura y una pintura, más cierta aún es en el caso de un arte como el teatro. Pues un retrato y una escultura no están en lucha con el Tiempo. No toman en cuenta su devenir. Su unidad puede aprehenderse en un momento. En el caso de la literatura es diferente. Debe transcurrir un lapso antes de poder apreciar la unidad del efecto. De esta forma, en la obra de teatro puede ocurrir algo en el primer acto cuyo real valor artístico podrá no hacerse evidente al espectador hasta llegar al tercer o cuarto acto. ¿Debe por ello ese imbécil enojarse, y gritar, y perturbar la obra y molestar a los artistas? No, la persona sensata debe permanecer sentada, con tranquilidad, y saborear las deliciosas emociones de la expectación, la curiosidad, y el suspenso. No debe ir a ver la obra para perder los estribos. Debe ir a ver la obra para satisfacer su temperamento artístico. No es árbitro de la obra de arte, y si la obra de arte es bella, olvidará en su contemplación todo el egotismo que lo perturba, el egotismo de su ignorancia, o el egotismo de su información. Creo que este aspecto del teatro no ha sido suficientemente reconocido. Puedo muy bien creer que si Macbeth hubiese sido presentada por primera vez ante el público del Londres actual, mucha de la gente hubiese objetado vigorosamente por la introducción de las brujas en el primer acto, con sus frases grotescas y sus palabras ridículas. Pero cuando la obra termina, uno se da cuenta de que la risa de las brujas en Macbeth es tan terrible como la risa de locura de Lear, más terrible que la risa de Yago en la tragedia del Moro. Ningún espectador de arte necesita una forma más perfecta de receptividad que el espectador de una obra de teatro. En el momento en que busca ejercer su autoridad se convierte en enemigo abierto del Arte y de sí mismo. Al Arte esto no le afecta; es él quien sufre.

Con la novela sucede lo mismo. La autoridad popular y la aceptación de la autoridad popular son fatales. El Esmond de Thackeray es una hermosa obra de arte porque la escribió para darse placer a sí mismo. En sus otras novelas, en Pendennis, en Philip, aún en Vanity Fair, hay momentos en que está demasiado consciente del público, y arruina su trabajo al apelar directamente a la simpatía del público, o por burlarse directamente de él. El verdadero artista no toma en cuenta al público. Para él, el público no existe. No lleva tortas rellenas de narcóticos o de miel para adormecer o alimentar al monstruo. Deja eso para el novelista popular. Tenemos ahora en Inglaterra un incomparable novelista, el señor George Meredith. Hay mejores novelistas en Francia, pero Francia no tiene a nadie con una visión tan amplia, tan variada y tan imaginativamente cierta. Hay en Rusia narradores con un sentido más vívido de lo que puede ser el dolor en la ficción. Pero Meredith posee la filosofía de la ficción. Sus personajes no solamente viven, sino que viven en el pensamiento. Uno puede verlos desde un sin fin de puntos de vista. Son sugerentes. Hay alma en ellos y alrededor de ellos. Son interpretativos y simbólicos. Y quien las creó, a esas maravillosas figuras de rápidos movimientos, las hizo para su propio placer, y nunca preguntó al público lo que éste quería, nunca permitió al público que le dictara lo que debía hacer o influyera sobre él de ninguna manera, sino que ha continuado intensificando su propia personalidad y produciendo su propio trabajo individual. Al principio, nadie vino a él. Eso no le importó. Luego, una minoría se le acercó. Eso no lo cambió. La mayoría ha venido ahora. El sigue siendo el mismo. Es un novelista incomparable.

Con las artes decorativas no es diferente. El público se aferró con verdadera y patética tenacidad a lo que yo creo fueron las tradiciones directas de la Gran Exhibición de Vulgaridad Internacional, tradiciones tan lamentables que las casas que se habitaban eran apropiadas para ciegos. Se comenzaron a hacer cosas bellas, salieron bellos colores de las manos del tintorero, formas hermosas del cerebro del artista, y se implantó la costumbre por el uso de cosas hermosas, su valor e importancia. El público se indignó. Perdió los estribos. Se dijeron cosas necias. A nadie importó. Nadie aceptó la autoridad de la opinión pública. Y ahora resulta casi imposible entrar en una casa moderna sin notar algún rasgo de buen gusto, algún reconocimiento del valor de vivir en un medio encantador, alguna señal de aprecio por la belleza. Por lo general, actualmente las casas son bastante encantadoras. La gente ha sido, en gran medida, educada. Y es justo decir que el extraordinario éxito de la revolución en las decoraciones de las casas y en su amueblamiento no se debe al desarrollo del buen gusto en la mayoría del público sino a que los artesanos hallaron placer en hacer cosas hermosas y surgió en ellos una vívida conciencia de la fealdad y la vulgaridad de lo que el público antes quería, de modo que simplemente se negaron a servirles. Sería imposible amueblar hoy una habitación en la forma que se hacía algunos años atrás, sin tener que recurrir para ello a un remate de muebles de segunda mano, en un hotel de tercera categoría. Esas cosas ya no se hacen más. Aunque lo objeten, la gente tiene actualmente algo lindo a su alrededor. Por fortuna para ellos, sus propios intentos de imponer su autoridad sobre esas cosas fracasaron.

Capítulo V

Es evidente que toda autoridad en esas materias es perniciosa. La gente a veces se pregunta qué tipo de gobierno es el más conveniente para un artista. Para esta pregunta existe una sola respuesta. La forma de gobierno más conveniente para un artista es que no haya gobierno. La autoridad que se ejerce sobre él y sobre su arte es ridícula. Se dijo que bajo el despotismo los artistas produjeron hermosas obras. Esto no es así. Los artistas visitaron a los déspotas, no como súbditos sobre quienes ejercer su tiranía, sino como ambulantes hacedores de maravillas, como fascinantes personalidades vagabundas, que era preciso recibir, cuidar y dejar en paz, permitiéndoles así crear. A favor del déspota se puede decir esto: que él, siendo un individuo, puede poseer cultura, mientras que la multitud, siendo un monstruo, no tiene ninguna. El Emperador o el Rey pueden agacharse a levantar un pincel para un pintor, pero cuando la democracia se agacha, es simplemente para echar barro. Y sin embargo, hasta ahora la democracia no ha tenido que agacharse como el emperador. En realidad, para echar barro no precisa agacharse. Pero no hay necesidad de separar al monarca de la multitud; toda autoridad es igualmente mala.

Existen tres clases de déspotas. Está el déspota que tiraniza el cuerpo. Está el déspota que tiraniza el alma. Está el déspota que tiraniza igualmente el cuerpo y el alma. Al primero se le llama el Príncipe. Al segundo se le llama el Papa. Al tercero se le llama el Pueblo. El Príncipe puede ser culto. Muchos Príncipes lo han sido. Sin embargo, el Príncipe entraña peligros. Uno piensa en el Dante en la amarga fiesta de Verona, en Tasso en la celda de Ferrara. Es mejor que el artista no viva con Príncipes. El Papa puede ser culto. Muchos Papas lo han sido; los malos Papas lo han sido. Los malos Papas amaron la Belleza casi tan apasionadamente, no, con tanta pasión como los buenos Papas odiaron el Pensamiento. A la maldad del Papado la Humanidad le debe mucho. La bondad del Papado tiene una terrible deuda con la Humanidad. Sin embargo, aunque el Vaticano ha mantenido la retórica de sus truenos y perdido la vara de sus rayos, es mejor para el artista no vivir con Papas. Fue un Papa el que dijo de Cellini, frente a un cónclave de Cardenales, que las leyes comunes y la autoridad común no se hicieron para hombres como él; pero fue un Papa el que arrojó a Cellini a la prisión y lo tuvo allí hasta que enfermó de rabia, y comenzó a tener visiones irreales, y vio al dorado sol entrar en su cuarto, se enamoró tanto de él que buscó escapar, y arrastrándose entre torre y torre al aire del amanecer le dio vértigo y cayó, lastimándose, y cubierto de hojas fue llevado por un viñador en su carro hacia alguien que amaba las cosas hermosas y lo cuidó y curó. Hay peligro en los Papas. En cuanto al Pueblo, ¿qué se puede decir de él y de su autoridad? Quizás se haya hablado ya bastante de ambos. Su autoridad es ciega, sorda, odiosa, grotesca, trágica, divertida, seria y obscena. Es imposible para el artista vivir con el pueblo. Todos los déspotas sobornan. El Pueblo soborna y brutaliza. ¿Quién les dijo que ejercieran autoridad? Fueron hechos para vivir, para escuchar y para amar. Alguien les ha hecho un gran daño. Se han desfigurado al imitar a sus superiores. Han sacado el cetro al príncipe. ¿Cómo usarlo? Han sacado la triple tiara al Papa. ¿ Cómo llevar esa carga ? Es como un payaso con un corazón roto. Es como un sacerdote cuya alma todavÍa no ha nacido. Dejad que todos los que aman la belleza lo compadezcan. Aunque no ame la Belleza, dejad que se compadezca de sí mismo. ¿Quién le enseñó los ardides de la tiranía?

Hay muchas otras cosas que se podrían señalar. Se podría señalar cómo el Renacimiento fue grande porque no buscó solucionar el problema social, y no se ocupó de ese tipo de cosas, pero permitió que el individuo se desarrollara libre, hermosa y naturalmente, y así logró grandes artistas individuales, y grandes hombres individuales. Se podría señalar cómo Luis XIV, creando el estado moderno, destruyó el individualismo del artista e hizo a las cosas monstruosas en la monotonía de su repetición y despreciables en su conformidad con la regla, y destruyó en toda Francia aquellas hermosas libertades de expresión que habían dado a la tradición nueva belleza y creado nuevas formas de formas antiguas. Pero el pasado no tiene importancia. El presente no tiene importancia. Es en el futuro en lo que tenemos que pensar. Pues el pasado es lo que el hombre no debió haber sido. El presente es lo que el hombre no debiera ser. El futuro es lo que son los artistas.

Se dirá que el planteamiento, tal como se presenta aquí, no es práctico y va contra la naturaleza humana. Es absolutamente cierto. No es práctico y va contra la naturaleza humana. Es por eso mismo que vale la pena llevarlo adelante, y por eso es que se propone. ¿Pues cuál sería un planteamiento práctico? Un planteamiento práctico es un planteamiento que ya existe, o un planteamiento que podría realizarse en las condiciones existentes. Pero son precisamente las condiciones existentes las que se objetan; y cualquier planteamiento que pudiera aceptar estas condiciones es erróneo y absurdo. Al librarse de estas condiciones, la naturaleza humana cambiará. Lo único que uno realmente sabe acerca de la naturaleza humana es que ésta cambia. El cambio es la única cualidad que podemos afirmar en ella. Los sistemas que fallan son aquellos que se basan en la inmutabilidad de la naturaleza humana en lugar de hacerlo en su crecimiento y desarrollo. El error de Luis XIV fue pensar que la naturaleza humana sería siempre la misma. El resultado de este error fue la Revolución Francesa. Fue un resultado admirable. Todos los resultados de los errores de los gobiernos son muy admirables.

Debe entenderse que el Individualismo no llega al hombre con ninguna cantinela enfermante acerca del deber, que simplemente significa hacer lo que otra gente quiere; porque necesitan que uno lo haga, o junto a cualquier odioso sermón acerca del sacrificio personal, que constituye nada más que un resto de lo que antes era la mutilación de los salvajes. En realidad, llega al hombre sin ningún reclamo. Surge natural y espontáneamente de él mismo. Es aquello a lo que tiende el desarrollo. Es la diferenciación a la que llegan todos los organismos. Es la perfección propia de cada modo de vida, y hacia la cual se aprestan. Y así el Individualismo no ejerce compulsión sobre el hombre. Por el contrario, dice al hombre que no debe permitir que se ejerza ninguna compulsión sobre él. No trata de forzar a la gente para que sea buena. Sabe que la gente es buena cuando se la deja sola. El Individualismo surgirá sólo del Hombre. El hombre está ahora desarrollando así el Individualismo. Preguntar si el Individualismo es práctico es como preguntar si la Evolución es práctica. La Evolución es la ley de la vida, y no hay evolución sino hacia el Individualismo. Cuando esta tendencia no se expresa, es que se está frente a un caso de desarrollo detenido artificialmente, o de enfermedad, o de muerte.

El Individualismo no será tampoco egoísta ni afectado. Se ha señalado que uno de los resultados de la extraordinaria tiranía de la autoridad es que las palabras sean absolutamente distorsionadas con respecto a su verdadero y simple significado y que se empleen para indicar lo contrario de su verdadera significación. Lo que es cierto con respecto a la Vida. Se llama extravagante a un hombre si se viste como le gusta. Pero al hacerlo está actuando de manera perfectamente natural. La extravagancia en tales casos consiste en vestirse igual que el vecino, cuyas opiniones, como las de la mayoría, serán seguramente bastante estúpidas. O si no, se llama egoísta a un hombre si vive en la forma que él cree más conveniente para la completa realización de su personalidad, cuando en realidad el principal objetivo de su vida es su propio desarrollo. Pero ésta es la forma en que cada uno debiera vivir. El egoísmo no consiste en vivir como uno desea, sino en pedir a los demás que vivan como uno desea vivir. La falta de egoísmo es la no interferencia en la vida de los demás. El egoísmo siempre tiende a crear alrededor suyo una absoluta uniformidad de tipos. La ausencia de egoísmo reconoce a la variedad infinita de tipos como algo encantador, la acepta, la aprueba y la disfruta. No es egoísta pensar por uno mismo. El hombre que no piensa por sí mismo, no piensa. Es burdamente egoísta exigir que el vecino piense de la misma forma y tenga las mismas opiniones que uno. ¿Por qué iba a hacerlo? Si puede pensar por sí mismo, probablemente pensará de forma diferente. Si no puede pensar, es monstruoso pedirle algún tipo de pensamiento. Una rosa roja no es egoísta por querer ser una rosa roja, sería horriblemente egoísta si quisiera que las demás flores del jardín fueran rojas y rosas. Bajo el Individualismo la gente será completamente natural y carecerá en absoluto de egoísmo, y conocerá el sentido de las palabras y lo expresará a lo largo de sus vidas hermosas y libres. Ni tampoco serán ególatras los hombres, como lo son ahora. Pues el ególatra es aquel que tiene exigencias sobre los demás, y el Individualista no deseará eso. No le brindará placer. Cuando el hombre haya comprendido el Individualismo comprenderá también lo que es la simpatía y la ejercerá libre y espontáneamente. Hasta el presente el hombre apenas ha podido cultivar la simpatía. Ha sentido simpatía solamente por el dolor, y la simpatía por el dolor no es la forma más elevada de simpatía. Toda simpatía es bella, pero la simpatía por el sufrimiento es la menos bella. Está matizada de egolatría. Puede llegar a ser morbosa. Existe en ella un cierto elemento de terror por nuestra propia seguridad. Es el miedo de ser nosotros mismos el leproso o el ciego, y que a nadie le importe. Así el concepto resulta curiosamente limitativo. Uno debiera simpatizar con la vida en su totalidad, no solamente con los dolores y las enfermedades sino con las alegrías y la belleza, y la energía y la salud, y la libertad de la vida. La simpatía considerada con amplitud es por supuesto la más difícil. Requiere más generosidad. Cualquiera puede simpatizar con los sufrimientos de un amigo, pero se requiere una naturaleza muy bella -se requiere en realidad la naturaleza de un verdadero individualista- para simpatizar con el éxito de un amigo.

En la tensión moderna por la competencia y la lucha por hacerse un lugar, naturalmente tal simpatía es poco frecuente y se ve también muy sofocada por el ideal inmoral de uniformidad de tipo y conformidad a la regla que tanto prevalece en todas partes, siendo quizás en Inglaterra donde llega a ser más odioso.

Siempre habrá por supuesto simpatía hacia el dolor. Es uno de los primeros instintos del hombre. Los animales que son individuales, es decir aquellos más evolucionados, la comparten con nosotros. Pero debe recordarse que si bien la simpatía por la alegría intensifica la suma de alegría en el mundo, la simpatía por el dolor no disminuye realmente la cantidad de dolor. Puede capacitar al hombre para soportar el mal, pero el mal persiste. La simpatía por la tuberculosis no cura la tuberculosis, eso lo hace la ciencia. Y cuando el Socialismo haya resuelto el problema de la pobreza, y la ciencia haya resuelto el problema de la enfermedad, el campo de los sentimentalistas habrá disminuido y la simpatía del hombre será amplia, sana y espontánea. El hombre encontrará felicidad en la contemplación de la felicidad de los demás.

Pues es a través de la felicidad que se desarrollará el Individualismo del futuro. Cristo no intentó reconstruir la sociedad, y en consecuencia el Individualismo que predicó al hombre podía realizarse únicamente a través del dolor en soledad. Los Ideales que debemos a Cristo son los ideales del hombre que abandona totalmente la sociedad, o del hombre que se resiste absolutamente frente a la sociedad. Pero el hombre es naturalmente social. Aun la Tebaida terminó por poblarse, y aunque el cenobita realice su personalidad, es con frecuencia una personalidad pobre la que logra realizar. Por otro lado, la terrible verdad de que el hombre puede realizarse a través del dolor, ejerce una maravillosa fascinación sobre el mundo. Oradores y pensadores superficiales, desde púlpitos y tribunas, hablan con frecuencia de la veneración que el mundo tributa al placer, y lo fustigan. Pero en la historia del mundo muy pocas veces se encuentra que su ideal haya sido la felicidad y la belleza. Con mucha más frecuencia dominó al mundo la veneración por el dolor. El medioevo, con sus santos y mártires, su amor por la autotortura, su salvaje pasión por lastimarse, herirse con cuchillos, flagelarse con varas, representa el verdadero cristianismo, y el Cristo medieval es el Cristo real. Cuando asomó el Renacimiento en el mundo y trajo consigo los nuevos ideales de la belleza de la vida y el gozo del vivir, los hombres no pudieron entender a Cristo. Hasta el arte muestra esto. Los pintores del Renacimiento dibujaron a Cristo como a un niñito jugando con otro niño en un palacio o en un jardín, o recostado en los brazos de su madre, sonriéndole a ella, o a una flor, o a un pájaro brillante; o como una figura maravillosa, surgiendo en una suerte de éxtasis de la muerte a la vida. Aún cuando lo dibujaran crucificado, lo dibujaron como a un hermoso Dios a quienes los perversos habían sometido a sufrimientos. Pero él no los preocupaba mucho. Lo que les deleitaba era pintar a los hombres y mujeres a quienes ellos admiraban, y mostrar el encanto de esta encantadora tierra. Pintaron muchos cuadros religiosos, en realidad pintaron demasiados, y la monotonía del tipo y el motivo es cansadora y fue perjudicial para el arte. Fue el resultado de la autoridad del público en cuestiones artísticas y debe deplorarse. Pero el alma del artista no estaba en el tema. Rafael fue un gran artista cuando pintó su retrato del Papa. Cuando pintó sus Madonas con los Niños Jesús, no fue de ninguna manera un gran artista. Cristo no tenía mensaje para el Renacimiento, que fue maravilloso porque trajo un ideal diferente al de Cristo, y para hallar la representación del verdadero Cristo debemos dirigimos al arte medieval. Allí se lo muestra mutilado y lacerado, un hombre desagradable a la vista, pues la Belleza es goce; un hombre sin ropas decentes, pues eso también puede traer goce; es un mendigo que tiene un alma maravillosa; es un leproso con un alma divina; no necesita ni propiedad ni salud; es un Dios realizando su perfección a través del dolor.

La evolución del hombre es lenta. La injusticia de los hombres es grande. Fue necesario hacer del dolor un medio de autorrealización. Aún ahora, en algunos lugares del mundo, el mensaje de Cristo se hace necesario. Nadie que viva en la Rusia moderna podría realizar su perfección sino a través del dolor. Unos pocos artistas rusos se han realizado en el Arte, en una ficción que tiene carácter medioeval, porque su nota dominante es la realización de los hombres a través del sufrimiento. Pero ante aquellos que no son artistas, para quienes no existe otra forma de vida que lo concreto de los hechos, el dolor es la única puerta para llegar a la perfección. Un ruso que viva feliz bajo el actual sistema de gobierno en Rusia debe creer que el hombre no tiene alma, o si la tiene, no vale la pena desarrollarla. El nihilista que rechaza toda autoridad porque sabe que toda autoridad es perniciosa y recibe con alegría el dolor, porque a través de él realiza su personalidad, es un verdadero Cristiano. Para él el ideal cristiano es algo auténtico.

Y sin embargo, Cristo no se rebeló contra la autoridad. Aceptó la autoridad imperial del Imperio Romano y le rindió tributo. Soportó la autoridad eclesiástica de la Iglesia judía y no opuso violencia a la violencia. Como dije antes, no tenía ningún plan para la reconstrucción de la sociedad. Pero el mundo moderno sí tiene planes. Se propone terminar con la pobreza y con los sufrimientos que ésta ocasiona. Desea librarse del dolor, y del sufrimiento que el dolor ocasiona. Confía en el Socialismo y en la Ciencia como sus métodos. Lo que se propone es llegar a un Individualismo que se exprese a través de la alegría. Este Individualismo será más amplio, más completo, más encantador que cualquier otro Individualismo que se haya dado hasta ahora. El dolor no es la forma suprema de perfección. Es simplemente una protesta provisional. Se relaciona con medios dañinos, insanos, injustos. Cuando el mal, y la enfermedad, y la injusticia hayan desaparecido, no tendrá razón de ser. Fue un gran trabajo, pero está casi terminado. Su esfera disminuye cada día.

Ni tampoco el hombre la ha de extrañar. Pues lo que el hombre ha buscado no es en realidad ni el dolor ni el placer, sino simplemente la Vida. El hombre ha buscado vivir en forma intensa, completa, perfecta. Cuando pueda hacerlo sin limitar a los demás, y sus actividades le brinden placer, tampoco sufrirá, será más cuerdo, más sano, más civilizado, más él mismo. El Placer es la prueba de la naturaleza, su señal de aprobación. Cuando un hombre es feliz, está en armonía con él mismo y con su medio. El nuevo Individualismo, a cuyo servicio el Socialismo está trabajando, quiéralo o no, será una perfecta armonía. Será lo que los griegos buscaron, pero no pudieron realizar completamente, sino en la esfera del Pensamiento, porque tenían esclavos y los alimentaban; será lo que el Renacimiento buscó, pero no pudo realizar completamente sino en la esfera del Arte, porque tenían esclavos y los dejaban morir de hambre. Será completo, y a través suyo cada hombre logrará su perfección. El nuevo Individualismo es el nuevo Helenismo.